NOTA BENE
El Adviento, Isabel y María
La visita que la Virgen María hizo a Santa Isabel es, cuando uno se detiene a pensar, sorprendente. María emprende una caminata de alrededor de 100 millas desde Nazaret hasta una aldea en las montañas de Judea, donde vive su prima Isabel, justo después de que el ángel Gabriel le anuncia que ella pronto se convertirá en la madre del Salvador. No sale a charlar con una vecina. No realiza un mandado corto; permanece en casa de su prima tres meses. La gran mayoría de mujeres hoy en día, tras enterarse de que están encinta, se enfocarían en cuidar su salud y estar cómodas y protegidas; pocas contemplarían emprender una aventura riesgosa. María se dirige “con prontitud” a una “región montañosa”, explica San Juan Pablo II en una catequesis de 1996, con lo cual ella se convierte en la primera evangelista, pues tiene prisa para compartir la buena nueva en cuanto ella misma la asimila.
' Le regaló consuelo y alegría.
Carroll Ríos de Rodríguez
A pesar de ser una mujer de avanzada edad, Isabel también está esperando un bebé, le confía el ángel a María. La infertilidad de Isabel supuso una gran tristeza para ella y su esposo Zacarías, pues deseaban tener hijos. Es lógico que la Virgen quisiera felicitar al matrimonio porque su sueño de paternidad pronto se convertiría en realidad. Pero María no solo les dio la enhorabuena, sino que se quedó con ellos para ayudarlos durante el último trimestre del embarazo de Isabel y el primer trimestre del propio. Nos imaginamos a María acarreando agua del pozo, moliendo granos, encendiendo el fuego y alimentando gallinas; seguramente realizó las tareas del hogar más pesadas. ¿Qué habrá sentido y pensado Isabel, al saberse atendida por la “madre de mi Señor”, como ella misma llamó a María? Según criterios humanos, corresponde a los demás estar al servicio de María, y no al revés. Pero la Virgen prefiere no ser el centro de la atención, y se vuelca en atender a otras personas.
Por otra parte, este encuentro de primas supuso un consuelo para ambas. El evangelista Lucas cuenta que Isabel se había encerrado durante los primeros cinco meses del embarazo, y que, antes, había sentido vergüenza por su infertilidad. Compartió sus ansiedades, temores y alegrías con la Virgen, y sintió desahogo y paz. Por su parte, María también atravesaba una situación complicada. Era una adolescente embarazada, comprometida pero aún no casada con San José. María no le contó a nadie su conversación con el ángel Gabriel: ¿cómo empezaría uno a narrar tal encuentro excepcional? Ni tuvo que contárselo a Isabel, dado que su prima intuyó su condición desde el momento en que la recibió en la puerta de su casa. ¡Qué alivio sentiría la Virgen al compartir su secreto con una amiga comprensiva, y al confirmar que no había soñado la conversación con el ángel!
Reflexionar sobre el encuentro entre estas dos santas mujeres nos puede ayudar a vivir con más alegría la Navidad. Podemos esforzarnos por ser consuelo, alegría y alivio para los demás, haciendo sus vidas más agradables. Podemos proponernos trabajar en algunas virtudes, lo cual equivale a recorrer un camino o, mejor aún, escalar una montaña.
María, Isabel, y hasta Juan el Bautista en su vientre, son felices porque están con Jesús. Busquemos la reconciliación con el Señor y con quienes nos rodean. Mantengamos nuestro corazón abierto a la presencia de Dios en cada momento. Pidamos aquello que se lee en el Misal Romano: “Te pedimos, Señor, que nos aprovechen los misterios en que hemos participado, mediante los cuales, mientras caminamos en medio de las cosas pasajeras, nos inclinas ya desde ahora a anhelar las realidades celestiales y a poner nuestro corazón en las que han de durar para siempre”.