NOTA BENE

El arte de la democracia

|

Después de 38 años de tener gobiernos democráticamente electos, nos sentimos defraudados por los resultados percibidos. Según el Latinobarómetro 2020, únicamente un cuarto de los guatemaltecos encuestados está satisfecho con el funcionamiento de la democracia y 36% cree que la democracia nacional presenta grandes deficiencias.

En contraste, alrededor de 1984 nos subimos a la ola de democratización del continente porque la imagen de las fuerzas armadas se había desgastado tras años de hacer gobierno con resultados mixtos. En papel, la democracia prometía superar al autoritarismo. Ahora, más de la mitad de los guatemaltecos preferirían tener un gobierno no democrático que sí resuelva problemas. ¿En serio preferimos la tiranía? Si la democracia es el peor de los sistemas políticos, exceptuando todos los demás, como dijo el primer ministro británico Winston Churchill, ¿cómo conseguimos mejores resultados sin desechar el cascarón democrático?

En primer lugar, debemos reconocer la futilidad de buscar la perfección en la política, porque las instituciones son diseñadas y puestas en marcha por personas falibles. Tampoco debemos cargar a los gobiernos, democráticos o no, con la obligación de resolver numerosos problemas que rebasan sus capacidades y que otras instancias sociales pueden solucionar de mejor forma.

La democracia es un medio, no un fin. Esencialmente son reglas que nos permiten participar en las decisiones políticas, elegir a autoridades, propiciar pacíficos traspasos de poder y dotar de cierta legitimidad a los gobernantes. Adecuar nuestras expectativas a la realidad sirve para redirigir nuestra atención: debemos fijar límites claros a los potenciales abusos que estarán tentados a cometer quienes se aproximan a las mieles del poder.

' La política es imperfecta.

Carrol Rios de Rodríguez

A ese efecto, es útil la metáfora que evocan los esposos Vincent y Elinor Ostrom, fundadores de la interdisciplinar Escuela de Bloomington. Ellos distinguen los recursos naturales de los artefactos, los cuales fabricamos con esfuerzo, trabajo y creatividad. Un artesano aplica el conocimiento a su alcance para actuar y transformar algo, buscando obtener un resultado de valor. Un artesano pone en marcha un proceso. El orden social, y, en consecuencia, la arena política es “artefactual”, aunque no fue producida por una sola mente.

Las sociedades abiertas, que se valen de mecanismos de autogobierno, son artefactos extraordinariamente complejos. Debemos sospechar de arrebatos revolucionarios y de modelos políticos que pretenden borrar el pasado y empezar de cero. Son muy elevados los costos que acompañan la destrucción de la información dispersa en la sociedad, tanto de las normas informales como de las reglas formales. Cada generación debe encontrar mecanismos para trasladar sus aprendizajes a las siguientes generaciones. Y cada generación puede examinar y criticar los procesos y hacer ajustes. Podemos fortalecer los mecanismos de resolución de conflictos. El escultor, por ejemplo, es un artesano que respeta las propiedades naturales del material que esculpe. Conoce los límites de sus herramientas y sabe por experiencia que un movimiento impulsivo puede estropear la escultura en la cual ya ha invertido tanto tiempo y recursos. Debemos abordar la reforma de las reglas democráticas con la misma actitud prudente.

Los Ostrom recomiendan permitir la coexistencia de diferentes arreglos institucionales para respetar la complejidad de las sociedades libres. Facultar a las comunidades para que solucionen problemas locales, a su manera, mejora la satisfacción con el sistema democrático porque se obtienen resultados con mayor celeridad y aumenta los niveles de confianza.

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).