El tiburón y las sardinas
Muchas industrias protegidas se volvieron ineficientes y no pudieron competir.

Cuando el nuevo presidente de los Estados Unidos de América (EUA) dijo que no necesita nada de América Latina, me recordé de la “Fábula del tiburón y las sardinas”, del doctor Juan José Arévalo Bermejo (q. e. p. d.), padre del actual presidente de Guatemala, que se enfocaba en la realidad latinoamericana, totalmente dependiente de los intereses del país del norte y que, como describe en su autobiografía, Despacho presidencial, lo vivió en carne propia durante la época que gobernó nuestro país.
Muchas industrias protegidas se volvieron ineficientes y no pudieron competir.
La política de “la zanahoria y el garrote”, o del gran garrote (big stick), es la forma de negociar de los EUA, desde una posición de fuerza, ahora encarnada en el presidente Trump para doblegar a los países, sin importar que hayan sido amigos, socios o aliados.
Aflora un retorno al proteccionismo, evocando autarquías económicas propias de algunos imperios a través de la historia, tratando de emular la época del florecimiento y consolidación de los EUA como una potencia económica y militar, entre 1873 y 1913, período de crecimiento, industrialización y expansión de los negocios del acero, el petróleo y los ferrocarriles. Siendo el país ganador clave de la Primera y la Segunda guerra mundiales, su hegemonía solo tuvo como contrapeso a la Unión Soviética, hasta que esta se diluyó en 1990. Ahora la disputa hegemónica es con China, pero EUA sigue siendo la mayor potencia económica y militar.
Para los EUA, la relación comercial (exportaciones menos importaciones con el resto del mundo) en relación con su producto interno bruto (PIB), nunca fue muy significativa hasta la década de los 80 del siglo pasado, cuando empezó a impulsar el libre mercado y la globalización. En 1970 su relación comercial respecto del PIB era apenas del 10%, pero después del auge de la deslocalización financiera, industrial y laboral, la interrelación, integración e interdependencia de los mercados de capitales, mano de obra, tecnologías, comunicaciones, redes y virtual eliminación de las barreras geográficas y arancelarias, resultado del proceso generalizado de globalización y libre intercambio de bienes y servicios, esta misma relación supera el 25% del PIB. Ahora parecen aspirar que todo sea “made in USA”, en lugar de “made in China”. “Make America Great Again”.
La nueva postura económica del presidente Trump se parece a la propuesta en la década de 1950 por Raúl Prebish, secretario de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que proponía el desarrollo industrial local de los países latinoamericanos mediante la producción interna de bienes, sustituyendo las importaciones de otros países, para promover el empleo interno, reducir la dependencia extranjera y lograr una balanza externa positiva.
Los gobiernos impusieron aranceles elevados a las importaciones, apoyaron a las industrias nacionales y promovieron lemas como: “compre lo que el país produce”; o, “si está hecho aquí, está bien hecho”; o, “sea nacionalista, no use ni adquiera el producto extranjero”; o bien, “prefiera lo hecho en el país y deles empleo a los connacionales”.
Con el tiempo, muchas industrias protegidas, cubriendo mercados limitados, se volvieron ineficientes y no pudieron competir. Vinieron la globalización, liberalización económica y apertura comercial, basada en las ventajas comparativas y competitivas propias de cada país, que buscaba que cada uno se especializara en producir localmente lo que mejor podía, para ofrecerlo en el mercado globalizado de libre comercio; y, lo que no pudiera producir competitivamente por sí mismo, lo podría obtener más barato y de mejor calidad en el mercado internacional. Suponía libre movilidad de capitales, bienes, servicios y personas, lo que ahora pareciera estar yéndose al traste.