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Elecciones de la vergüenza o ¿por quién se vota en un narcoestado?

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En estas elecciones, a excepción de los patrones y afiliados de los partidos políticos en contienda, la mayoría ciudadana transita entre la indignación, el hartazgo, la confusión, la desesperanza, el clientelismo y/o la desinformación. Esta no es una fiesta cívica, definitivamente. La última novedad es que el fraude que ya se consumó tiene el apoyo de 16 partidos y de un Tribunal Supremo Electoral (TSE) evidentemente corruptos, que no quieren que los nombres de los representantes salgan en las papeletas. Saben que la ciudadanía ya sabe quién es quién.

Las elecciones 2023 están siendo las de la vergüenza. Vemos que el fraude se planificó y se está llevando a cabo, como en ocasiones anteriores, pero más orgánica y descaradamente; vemos que los partidos siguen siendo plataformas de negocios, como en ocasiones anteriores, pero ahora el capital tradicional tiene fuerte competencia del capital narco en el financiamiento e incluso vemos algunos alegres matrimonios entre ambos; vemos caras conocidas de candidatos a los diferentes cargos, asociadas a hechos de corrupción, ilegalidad y violencia estructural, como en ocasiones anteriores, pero no quieren que veamos sus nombres; y vemos cómo se negocia la impunidad entre el gobierno pasado, el actual y los posibles gobiernos futuros.

Dos cosas están siendo un poco distintas: 1) la cooptación total de la institucionalidad del Estado, específicamente del TSE, sin dejar espacio a los pesos y contrapesos que cualquier democracia pide en un momento como este; y 2) una mayor cantidad de narcocandidatos o sus operadores, aspirando a conseguir huesos muy grandes; incluso candidatos que han sido extraditados o señalados internacionalmente, por hechos relacionados con la narcoactividad y la corrupción. Preocupa todo lo anterior, pero sobre todo que se pierda de vista el tamaño del capital narco y su influencia en nuestro futuro.

Nada en política es de surgimiento espontáneo. Nos conviene recordar lo que sucesivos gobiernos, le han hecho a Guatemala. Es como aquel jueguito de los dedos de la mano que uno hace con los más pequeños: “este se encontró un huevito, este se lo robó, este lo cocinó, este le echó sal y este pícaro, sinvergüenza, se lo comió”. De un gobierno que adelgazó a su mínima expresión la institucionalidad del Estado pero que mamó del mismo para engrosar fortunas hace un cuarto de siglo pasamos a otro que introdujo a los narcos a las estructuras del Estado y, así, sucesivamente, hasta llegar a un presidente y una vicepresidenta encarcelados por corrupción, a un payaso que nos devolvió a 1980 y se buscó inmunidad en el Parlacén, y a un incapaz que permitió el secuestro total del Estado para la corrupción y la violencia.

“La memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda. La memoria es un presente que nunca acaba de pasar”, dijo Octavio Paz. Y este sombrío presente no acabará de pasar nunca si no votamos por gente decente, honorable, digna y capaz, que ponga en el centro a Guatemala y no a los intereses de unos pocos. Si va a votar, vote por los buenos. Sabemos que hay candidatos más íntegros que otros. No se vota por las caras “conocidas” si estas corresponden a personas corruptas, vividoras del Estado, ladronas o narcos; no se vota para comprar impunidad o por la “obligación” de votar, aunque ya sepamos a quién nos quieren sentar en la silla presidencial; tampoco porque nos obligan los patrones.

Votar es un mecanismo democrático, un acto político y emocional, pero, sobre todo, una decisión de cara al futuro. La persona que vota es cómplice: puede ser íntegra o corrupta, puede elegir de manera informada o solo defender intereses, puede decidir si hacerle o no el juego al sistema; puede votar por un buen candidato, aunque sepa que no quedará, o votar por el que mantendrá la corrupción. Si va a votar, hágalo por Guatemala. Como sea, no deje de sentir la vergüenza ajena y el olor a podredumbre que están dejando estas elecciones.