NOTA BENE
Fortalecer a la familia
El Día de la Sagrada Familia se celebró ayer, 29 de diciembre. Es una de las fiestas más bellas de la octava de Navidad; nos brinda la ocasión para meditar sobre el hogar que conformaron Jesús, María y José y aprender de su ejemplo.
¿Es sana la familia guatemalteca? El censo nacional, que marcó el año que recién termina, retrata a las familias guatemaltecas: son más pequeñas que antes, pero permanecen unidas. En promedio, el total de miembros de cada familia censada bajó de 5.1 en el 2002 a 4.5 en el 2018, en los 3,275,931 hogares censados. Llama la atención el estado conyugal de los censados. Somos una población joven: el 43% es soltera. El 50% de los censados están casados o unidos, y solo 7% están separados o divorciados, o son viudos. ¿Exageramos, entonces, las rupturas causadas por la emigración, la violencia u otras causas? ¿Permanece la familia guatemalteca más intacta de lo que usualmente suponemos? Debemos constatarlo, porque el cliché de que las personas son nuestra mayor riqueza no es exagerado.
' Las familias integradas contribuyen al bienestar socioeconómico.
Carrol Rios de Rodríguez
Sófocles dijo una vez que “el que es bueno en familia, es también buen ciudadano”. En el hogar adquirimos las destrezas para participar de grupos sociales. Esta institución milenaria y universal ha sido la goma que sostiene a las civilizaciones. La familia es la primera comunidad a la que somos expuestos. Los lazos sanguíneos y emocionales nos unen a los demás miembros de la familia, y la integración emotiva es necesaria para el adecuado desarrollo del niño. Explica monseñor Felipe Bacarreza, de Chile, en su homilía de ayer, que “En el seno de la familia se aprenden las virtudes humanas y, sobre todo, la práctica de las virtudes sobrenaturales, que tienen su resumen en el amor. El amor las abarca todas. Cuando estas virtudes no se aprenden, sufre toda la sociedad…”
Existe evidencia científica que respalda la afirmación de Bacarreza: la criminalidad, drogadicción, pobreza y otros problemas sociales se atan a la desintegración familiar. Por ello, diversas culturas y religiones consideran sagrada la unión matrimonial. Esta tradición encierra una sabiduría acumulada, transmitida de generación en generación. “La familia natural es la única garantía de estabilidad social y de salud psicológica personal. Vale la pena el esfuerzo por mantenerla vigente en las leyes y en la cultura”, escribe el arzobispo de los Altos, monseñor Mario Molina.
“Las familias no divorciadas, familias intactas, tienen una mucho mejor contribución para el desarrollo del capital humano de los hijos”, afirmó el premio nobel de Economía de 1992 y autor de Un tratado sobre la familia, Gary Becker, en el III Congreso Mundial de Familias, en México. Evitar las políticas públicas que atentan contra la integridad familiar es importante, agregó Becker. Durante dicho congreso se concluyó que la familia unida es el mejor espacio para “humanizar” al hombre, y que los países en vías de desarrollo dependen de familias estables para incrementar el bienestar socioeconómico de sus habitantes.
Por tanto, un buen propósito para el 2020 es rescatar la relevancia de la conexión entre la familia y el bienestar. Pongamos en justa perspectiva las tendencias a la desintegración del matrimonio y del núcleo familiar. Europa, Japón y América del Norte se encaminan a la despoblación —es una tendencia que no podemos emular. Al contrario, debemos hacer de la Sagrada Familia nuestro modelo y luchar por que nuestra propia familia, naturalmente imperfecta, se aproxime al hogar amoroso y luminoso de Nazaret. Agradezcamos los bienes que recibimos de nuestros familiares. A pesar de los cambios y peligros que enfrenta, la familia sigue siendo uno de los pilares más sólidos de nuestra sociedad.