PLUMA INVITADA

Guatemala: sin invasión externa pero sin rumbo

Pablo Rodas Martini  @pablorodas

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Vivir en un país fronterizo con Ucrania no es lo usual para un latinoamericano; vivir en un país que ha sido invadido repetidamente a lo largo de su historia por Rusia y que se encuentra en estado de máxima alerta militar es menos usual aún. Muchos aquí, comenzando por mi esposa y mi suegra, están convencidos de que Rusia atacará después a Polonia; yo no creo que esa invasión tenga lugar porque Polonia es parte de la OTAN, y sería el comienzo de una tercera guerra mundial. Pero con un dictador acorralado pero con infinidad de bombas nucleares, de todo puede pasar. Y ciertamente no descarto otro tipo de “incidentes”: Ucrania tiene cuatro plantas nucleares (15 reactores). Son tan antiguas y obsoletas como era Chernóbil, por lo que de estallar un misil en una de ellas no solo en un edificio anexo como ya ocurrió…

' ¿Cómo se sale de ese estado comatoso, donde ni el país ni se hunde ni se levanta?

Pablo Rodas Martini

Para escapar, al menos mentalmente un momento del bombardeo literal de noticias sobre la invasión que hay en la televisión e internet, he decidido escribir una serie de artículos sobre el futuro de Guatemala, país en el que viví hasta 2006 y el cual visité por última vez en 2014. No es un país que esté siendo destrozado por una potencia invasora, pero casi podríamos decir que es un país que se destroza a sí mismo, con un cáncer institucional y político que no hace metástasis pero con una serie de tumores que lo mantienen macilento y frágil. Guatemala no es un Estado fallido como Venezuela, pero tampoco es un Estado que funcione. Guatemala es un Estado magro y enflaquecido en el que la amplia clase media se esfuerza de manera incansable para mantener el empleo y brindar educación a sus hijos, y la masiva clase baja literalmente sobrevive como puede.

Durante mi generación se pasó de los regímenes militares a la incipiente democracia, y de esta al agotamiento de la democracia. Es un país que avanza un paso y retrocede otro y donde las crisis, los grandes problemas, nunca son resueltos: pasan a segundo plano o se olvidan por completo cuando otra crisis o escándalo más grande captura la atención nacional.

Los gobiernos pasan, las crisis políticas tienen lugar, la economía crece modestamente, pero hay una realidad que permanece impasible: las clases sociales y sus marcadas diferencias. Las clases sociales existen sin que haya lucha de clases. El conflicto interno tampoco tampoco lo fue, pues los sectores se alinearon por ideologías, no por clases, y una vez el socialismo se desmoronó en la Unión Soviética y Europa del Este, la utopía que unos propugnaban se desplomó, quedando solo un cascarón vacío donde antes habían existido ideas. Pero las brechas abismales entre clases sociales, en el mejor sentido marxista, persisten y definen la realidad nacional.

Cuando era niño, el país tenía unos siete millones de habitantes, mientras ahora tiene más de 18 millones. Que ha crecido en tamaño no hay duda, pero más población con un ingreso per cápita que en términos reales no ha cambiado mucho en décadas, no es desarrollo económico y social. Y una institucionalidad que cruje a cada poco y se mantiene con pinzas, tampoco es desarrollo político. ¿Cómo se sale de ese estado comatoso, donde ni el país ni se hunde ni se levanta? Nuestros vecinos andan por las mismas: El Salvador con una cuasi dictadura de derecha, Honduras con un bandazo de la derecha hacia la izquierda pero donde prácticamente todos los políticos son corruptos, y Nicaragua, el peor de todos, con un nuevo Somoza que aplasta a la oposición.

¿Tiene Guatemala una solución? Sí, pero no será sencillo, pues se requiere ser extremadamente creativo y absolutamente decidido. En próximos artículos explicaré cómo romper ese nudo gordiano. Esa será mi contribución final a un país que lo más probable es que nunca más vuelva a visitar, pero un país que noche a noche se me aparece, cuando sueño.

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