Liberal sin neo

Hablar y escuchar; se llama diálogo

Demuestra que estoy equivocado

Cuando la bala lo encontró, estaba haciendo lo que acostumbraba y caracterizaba: dialogando razonadamente. Sentado bajo un toldo, micrófono en mano, respondería a la pregunta hecha por uno entre los tres mil asistentes a su evento, en su mayoría jóvenes estudiantes universitarios. Era un diálogo, y Charlie Kirk tenía especial talento para conversar sobre temas culturales, espirituales y políticos controversiales, ya fuera asuntos éticos y filosóficos que se han discutido por miles de años, como intensas polémicas que protagoniza el presente. Con frecuencia, asistentes a sus eventos le hacían comentarios y preguntas hostiles, retadoras, que buscaban desafiar, provocar o intimidarlo. Su actitud se veía reflejada en palabras impresas en su icónico toldo, una invitación: “demuestra que estoy equivocado”.


Personas que tienen valores fuertes e ideas firmes y se dedican a propagarlas con pasión y elocuencia para influir a otros son capaces de provocar tanto seguidores como detractores. Era el caso de Charlie. Sin complejo o apología por su profunda fe cristiana, imbuido de valores tradicionales, de las ideas fundacionales que animaron el experimento político y social de su país y la convicción de que la libertad individual provee la mayor dignidad humana y utilidad social, se le podría describir simplemente como un conservador, o con mayor precisión, un liberal clásico. Pero en el hervor polarizado ideológico y cultural contemporáneo, sus detractores, desde políticos, intelectuales, medios de comunicación replicando las causas de moda, hasta jóvenes estudiantes indoctrinados con posmodernismo y causas bizarras, lo tachaban de extrema derecha.

Una de tantas comunidades de causas que banalizan la historia.


La retórica es herramienta indispensable de causas ideológicas y políticas; en el lenguaje de la “resistencia” contemporánea, el adjetivo de extrema derecha ha evolucionado a “fascista”. Entre las evidencias materiales junto al fusil del presunto asesino se encontraron balas con inscripciones. Una de ellas, destinada para Charlie, tenía escrita la frase: “¡Ey fascista! ¡Cacha! Es improbable que el presunto asesino, por su propia cuenta, haya llegado a identificar a Charlie como un fascista; lo captó e internalizó de los portales y redes sociales que frecuentaba y en las que se sentiría miembro de una comunidad. Una de tantas comunidades de causas que banalizan la historia y han trivializado el uso de palabras como extrema derecha, fascista, nazi y, por supuesto, racista y misógino, para etiquetar ideas y personas con las que no están de acuerdo.


Comparto una frase que leí en los comentarios sobre el asesinato de Charlie: “No nos matan porque somos fascistas. Nos llaman fascistas para poder matarnos”. Ser devoto cristiano con valores éticos tradicionales no justificaría terminar con su vida. Pero ser fascista y nazi, merecería una bala. Una editora escribió en Nation Magazine que, como racista, transfóbico, homófobo y misógino, le había llegado la hora. Con respecto a ser padre de dos niños pequeños, comentó que Goebbles (el maestro de la propaganda nazi) también tenía hijos. Una maestra de secundaria tuiteó: “cayó un nazi”. Supongo que tienen derecho a expresar su opinión; derecho en el que creía profundamente Charlie.


Quería hablar y escuchar; se llama diálogo. Promovía su fe y sus convicciones sobre los ideales de una buena sociedad. Tenía 31 años y era capaz de debatir con personas de todo nivel; reconocido y escuchado por muchos, con un futuro prometedor. Le cegó la vida un fanático de esos que creen que su oponente en el diálogo es un enemigo que merece la muerte. Hay demasiados de esos.

ESCRITO POR:

Fritz Thomas

Doctor en Economía y profesor universitario. Fue gerente de la Bolsa de Valores Nacional, de Maya Holdings, Ltd., y cofundador del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN).

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