Pluma invitada
Hay una nueva razón para salvar la vida en las profundidades marinas
Haríamos bien en escuchar lo que han aprendido los científicos.
Para la mayoría de nosotros, el océano es tierra de nadie: un inmenso vacío sin fondo y sin cartografiar. Tres cuartas partes del océano son desconocidas para los humanos y solo una cuarta parte de su fondo se ha cartografiado a detalle, lo cual significa que tenemos una mejor comprensión de la superficie de Marte que de los mares en nuestro planeta. Es esta falta de exploración y apreciación (en particular de la capa de agua fría y oscura que comienza donde la luz se desvanece, conocida como la zona crepuscular del océano) lo que nos ha llevado a un lugar muy precario.
Hace poco, los científicos del centro de Investigación privado Woods Hole Oceanographic Institution concluyeron el estudio más exhaustivo de la zona crepuscular, que ayuda a establecer que unos 11.000 millones de toneladas de microorganismos, crustáceos, calamares, peces y criaturas gelatinosas que viven allí ayudan a absorber un tercio del dióxido de carbono emitido por la actividad humana, lo que probablemente nos salve a nosotros y a nuestro planeta de un cambio climático catastrófico.
Justo cuando estamos aprendiendo a valorar el extraordinario servicio de los seres que habitan la zona crepuscular, las empresas que fabrican alimento para criaderos industriales, fertilizantes y suplementos de omega-3 se preparan para explotarla. En este momento, los países están considerando autorizar a las flotas pesqueras comerciales que trituren la vida en la zona crepuscular para convertirla en harina de pescado, fertilizante y alimento para plantas. Antes de que sigan adelante con estos planes, sería prudente hacer una pausa para que podamos entender cómo afectará esa decisión a nuestro planeta.
La migración masiva de vida en la zona crepuscular, que puede encontrarse en las partes más profundas del océano, entre los 198 y los 1000 metros de profundidad, se descubrió en la Segunda Guerra Mundial, cuando los operadores de un sonar en el U.S.S. Jasper registraron una firma acústica de lo que parecía ser la elevación del fondo marino. Tras estudiar la señal más a fondo, se dieron cuenta de que la capa estaba viva y que subía y bajaba con la cadencia de la rotación de la Tierra. Lo que estaban presenciando era la mayor migración de vida animal del planeta: billones de criaturas (copépodos, peces linterna bioluminiscentes y tiburones peregrinos) que nadaban hacia la superficie por la noche para alimentarse y se hundían al amanecer para esconderse en las profundidades.
La base biológica de la zona crepuscular son las algas de la superficie del océano, que utilizan la fotosíntesis para descomponer el dióxido de carbono, el principal gas que contribuye al cambio climático, y convertirlo en carbono y oxígeno orgánico. Este proceso genera la mitad del oxígeno del planeta y una gran cantidad de alimento rico en carbono para los microorganismos de la zona crepuscular. Animales como el zooplancton y el kril se alimentan de las algas, y estos organismos a su vez alimentan a animales más grandes. Los depredadores ápice, como los tiburones y las ballenas, devoran, digieren y liberan el carbono acumulado en forma de residuos, tras lo cual gran parte de él se hunde en las profundidades y puede permanecer allí durante cientos, si no miles, de años. “Lo llamamos nieve marina”, me explicó Heidi Sosik, la científica que dirigió el estudio sobre la zona crepuscular oceánica del centro de investigación Woods Hole.
Existen otras maneras en las que el carbono puede llegar al lecho marino, como las algas que se hunden, el plancton muerto y las bacterias. Este gran sistema se conoce como la bomba biológica de carbono, y las temperaturas oceánicas, las corrientes y el propio cambio climático pueden influir en él. El proyecto de la zona crepuscular oceánica llegó a otra conclusión: si se pesca en la zona o se apaga la bomba, es probable que se duplique la cantidad de dióxido de carbono que los humanos ya han añadido a la atmósfera, lo que aumentaría la temperatura de la superficie global entre 3 y 6 grados Celsius, un escenario catastrófico en el que la mayor parte del planeta se vuelve inhabitable para los humanos y la vida en el océano se extingue.
El misterio de las profundidades marinas es un viejo tropo, pero no por ello menos cierto.
Teniendo en cuenta que un tercio de las reservas pesqueras mundiales ya están sobreexplotadas y que las poblaciones de peces están en declive, puede ser difícil que las flotas pesqueras abandonen lo que consideran una ganancia potencial. La mayoría de los peces de la zona crepuscular son desagradables para los humanos, pero su alto contenido nutricional los convierte en una buena opción para la harina de pescado. La acuicultura es el sector alimentario de más rápida expansión en todo el mundo y representa la mitad de todo el pescado capturado para el consumo. Ante la escasez de las actuales fuentes de harina de pescado, esta industria de 240.000 millones de dólares tiene en la mira la zona crepuscular rica en proteínas.
Por ahora, los países siguen evaluando los recursos y la viabilidad de la pesca a estas profundidades: Noruega emitió sus primeros permisos de pesca de prueba para esta porción del océano en 2016 y los científicos de la Unión Europea están estudiando si las criaturas pueden ser capturadas, procesadas y vendidas sin perturbar la bomba de carbono o las redes alimentarias.
Al mismo tiempo, el sector privado se apresura para superar los obstáculos que supone la captura de peces en la zona, ideando nuevas redes y aparejos de arrastre que puedan operar a 800 metros por debajo de la superficie del agua. Una empresa noruega ya construyó una planta de procesamiento a bordo de un barco para licuar a las criaturas de la zona crepuscular.
Cuando las operaciones de pesca comercial logren llegar a la zona crepuscular, no estarán sujetas a muchas regulaciones pesqueras debido a que buena parte de la zona se encuentra en lo que se conoce como alta mar, que no entra en la jurisdicción de una sola nación. En junio de 2023 se firmó un nuevo acuerdo de las Naciones Unidas para preservar la biodiversidad marina en estas zonas, pero la mayoría de los países miembros, incluido Estados Unidos, aún no lo han ratificado, y es probable que pasen años para que lo hagan. Mientras tanto, debería establecerse una moratoria temporal de la pesca en la zona, aplicada por la ONU o por organizaciones regionales de gestión pesquera.
Podríamos pensar que pescar 11.000 millones de toneladas de vida marina sería imposible, pero estaríamos subestimando el ingenio y los instintos especuladores de la humanidad. No olvidemos que los balleneros mataron a casi tres millones de sus presas en cien años, incluido el 90 por ciento de la población total de ballenas azules.
El misterio de las profundidades marinas es un viejo tropo, pero no por ello menos cierto. A pesar de la persistente falta de financiamiento y recursos, los científicos marinos han desentrañado recientemente varios de esos misterios. Haríamos bien en escuchar lo que han aprendido: si acabamos con todos los peces linterna de la zona crepuscular, es muy posible que seamos testigo de un aumento de las temperaturas de la superficie del planeta del que no podamos recuperarnos.
*Escritor de viajes literarios
c.2024 The New York Times Company