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Inteligencia artificial: ¿el nuevo asesor político?

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Al examinar la historia política reciente, resulta innegable la cada vez más palpable presencia de la tecnología en el escenario político. Desde la proliferación de la televisión hasta la ascensión imparable de las redes sociales, cada avance ha dejado una huella indeleble. Sin embargo, la llegada de la inteligencia artificial (IA) marca un punto de inflexión, un cambio de paradigma.

' La frontera que separa la automatización de la manipulación política se torna cada vez más nebulosa.

Alfred Kaltschmitt

La IA no es meramente un truco de campaña, constituye una auténtica revolución. Transforma el torrente abrumador de datos en estrategias políticas concisas, desentraña las sutilezas de los electorados y dispara mensajes personalizados con una precisión que bien podría compararse con la de una mirilla láser. Nos encontramos ante una herramienta que podría tener el potencial de inclinar el poder en un mundo bregando con fuerzas contrapuestas.

No obstante, la cuestión trasciende los aspectos técnicos y se adentra en el terreno ético y político. La frontera que separa la automatización de la manipulación política se torna cada vez más nebulosa. ¿Qué espacio queda para la autenticidad de los candidatos cuando cada palabra que pronuncian es filtrada y perfeccionada por algoritmos en búsqueda de máxima eficacia? Esta paradoja es central en este debate. Tal como afirma Ralf Vallas, un experto en ciberseguridad, “la IA es como un espejo que refleja tanto lo mejor como lo peor de la sociedad”.

Las cifras reflejan de manera concluyente esta discusión. Según una encuesta realizada por el Pew Research Center, el 68% de los ciudadanos estadounidenses siente que la IA ha influido en su percepción de candidatos o temas políticos, mientras que solo el 32% opina que ha mejorado el proceso democrático en sí. No obstante, el empleo de la IA en la política no cesa de expandirse.

Para comprender la magnitud del impacto de la IA en la política, basta con observar más allá de las fronteras nacionales. En Francia, durante la campaña de Emmanuel Macron en el 2017, se recurrió a algoritmos para anticipar áreas problemáticas y, de ese modo, ajustar la estrategia en consecuencia. Por otro lado, en Taiwán, se confronta la propagación de noticias con matices anti-estadounidenses con la IA como artífice de la narrativa.

En las charlas de los bristos parisinos o las tertulias en los cafés taiwanesas, se puede hallar un denominador común: el choque entre la tradición y la tecnología. Los estrategas políticos veteranos ven en la IA una herramienta valiosa para optimizar los procesos, mientras que las generaciones más jóvenes la consideran una necesidad imperante en una era caracterizada por la constante innovación.

No obstante los debates y las controversias en torno a la IA en la política, esta tecnología también encierra un potencial hasta cierto punto redentor. A pesar de que podría ser utilizada para difundir desinformación y crear contenido falso, también podría ser clave en su propia contrarrestación. Las mismas herramientas que generan contenidos engañosos tienen el potencial de ser reconfiguradas para identificarlos y denunciarlos, resaltando su propia dualidad tecnológica.

En última instancia, el verdadero desafío no radica únicamente en lo tecnológico, sino en lo humano. A medida que la IA se consolida como una fuerza influyente en la política, la responsabilidad y la ética adquieren un papel preponderante para guiar su uso y desarrollo.

En este juego de poder, la última carta siempre la tenemos nosotros. La inteligencia artificial se presenta como una fuerza que redefine la política, pero es nuestra prudencia y sensatez humanas las que determinarán si su influencia aporta un cambio positivo o negativo en la búsqueda de un mundo más democrático y libre.

“La cultura importa”, diría Lawrence Harrison.

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.