La caída del régimen de Asad
Su proximidad a Israel lo convierte en un actor central en el conflicto árabe-israelí.
La caída del régimen de Bashar al Asad en Siria marca un punto de inflexión, no solo para Oriente Medio, sino también para el balance geopolítico global. Este evento, que parecía imposible, debido que durante años mantuvo el respaldo incondicional de aliados estratégicos como Rusia e Irán, finalmente se materializó tras un cúmulo de factores internos y externos que erosionaron el poder del régimen.
Asad logró aferrarse al poder gracias al apoyo militar y económico de Rusia, que utilizó la guerra siria como un campo de pruebas para su arsenal militar, e Irán, que veía a Siria como un puente estratégico hacia Hezbolá en el Líbano. El golpe definitivo llegó con la decisión de Estados Unidos e Israel de intensificar su presión sobre el régimen. Israel, en particular, incrementó sus ataques sobre posiciones iraníes en territorio sirio.
Ahora, el futuro de las bases militares rusas en Siria se vuelve incierto, generando preocupaciones estratégicas para Moscú. Estas instalaciones, clave para el acceso de Rusia al Mediterráneo y su influencia en el Oriente Medio, podrían enfrentarse a la hostilidad del nuevo régimen, especialmente si este opta por distanciarse de su antiguo aliado. También Putin ha advertido a Israel de que no tolerará ningún ataque a sus instalaciones.
El peligro ahora radica en que, tras la caída del régimen de Asad, se desate una lucha interna entre las facciones rebeldes, o que el vacío de poder sea aprovechado por grupos extremistas para imponer agendas más radicales. Lo que podría atraer la intervención de potencias extranjeras, interesadas en garantizar que Siria no se convierta en un refugio para el terrorismo internacional. Por lo tanto, si bien el cambio de régimen es decisivo, el verdadero reto radica en cómo las fuerzas opositoras gestionarán el poder, y si podrán construir un gobierno inclusivo y estable.
Como dice el refrán: “Que la medicina no sea peor que la enfermedad”, y esta revolución no empuje a Siria al abismo y la destrucción total.
En este nuevo régimen con líderes de corte extremista consolidando poder, las libertades religiosas y los derechos de las mujeres podrían verse gravemente restringidos, intensificando el temor de una diáspora masiva hacia países vecinos y Europa.
La comunidad internacional está dividida frente a este desenlace. Estados Unidos ha calificado la caída de Asad como una “victoria para la democracia y los derechos humanos”. Rusia, profundamente comprometida con el régimen, enfrenta un dilema: aceptar la derrota o redoblar su apuesta en la región. En este contexto, Israel emerge como un actor estratégico, buscando asegurar que la transición no derive en un vacío de poder, que pueda ser aprovechado por grupos terroristas.
Por su parte, Irán, cuyo vínculo con el régimen sirio era fundamental para su estrategia de expansión regional, sufre un golpe devastador. La caída de Asad no solo limita su capacidad de proyectar poder hacia el Líbano, sino que también envía un mensaje claro a otros aliados autocráticos de Teherán.
No olvidemos que Siria ocupa una posición geográfica estratégica en el Oriente Medio, debido a su ubicación en el corazón de la región, lo que la convierte en un cruce vital para rutas comerciales, políticas y militares. El país limita al norte con Turquía, al este con Irak, al sur con Jordania, al suroeste con Israel y Líbano. Esta localización la posiciona como un enlace crucial entre Asia, Europa y África.
La caída del régimen de Asad es un recordatorio de que ningún poder es eterno y de que, en última instancia, los regímenes que ignoran las demandas de sus pueblos están condenados a colapsar. El camino hacia la estabilidad en Siria será largo y lleno de desafíos. Ojalá que la cura no resulte más dolorosa que la enfermedad, y que esta revolución conduzca a Siria hacia la paz, no hacia el abismo.