La cooperación, a la sala de operaciones
Es perfectamente lícito que un país busque alinear su cooperación a los intereses de su política exterior.

Un anuncio ha generado una conversación muy intensa en los últimos días. Dentro del esfuerzo de cambios anunciados por el presidente Trump se han dado a conocer varias acciones relativas a la cooperación de los Estados Unidos en el mundo. La primera fue la suspensión, por 90 días, de todos sus proyectos de cooperación mientras se hace un proceso de revisión de sus objetivos, contenidos y resultados. Un segundo anuncio, más impactante aún, lo constituyó el hecho de que la agencia de cooperación de los Estados Unidos, Usaid, entraba en proceso de examen y, mientras ello ocurre, se han suspendido en gran medida sus operaciones y se ha cambiado formalmente su conducción.
Existen varios factores que suelen provocar una crítica global a la cooperación.
Este episodio abre la discusión sobre las formas en las que la cooperación de un país se ofrece a otros, y de cómo se miden sus resultados. Pero hay otro elemento adicional. En ese ir y venir de la discusión siempre hay dos partes interesadas. Aquellos que ponen los recursos a disposición de países de su interés, y aquellos países que los reciben, pues para poder dar, siempre hay quien deba recibir. Por lo tanto, tan importante es para aquel que busca que los recursos de sus ciudadanos se inviertan bien, como importante lo es para aquel que debe dar cuenta de cómo esos recursos foráneos influyen en la política, la economía y la sociedad de su país. Siendo Guatemala un país receptor de importantes montos de cooperación de distintos países, tiene un qué decir sobre el particular.
No existe duda sobre el valor político que toda agenda de cooperación reviste. Considerada una de las herramientas más eficaces del soft power —entendido este como el ejercicio de influencia de un país sobre otro utilizando medios no militares—, la cooperación transparenta el interés de un país por impulsar o promover ciertos temas más allá de sus fronteras. Cuando el país que recibe esos recursos coincide en el mismo interés, podemos afirmar que la cooperación está perfectamente alineada. Sin embargo, sucede en muchas ocasiones y en distintas partes del mundo que, aun cuando los objetivos están precisados y ambas partes han expresado su concurrencia, se recurre a prácticas que hacen que los recursos se alejen del fin buscado.
Tres han sido los temas que suelen provocar esa crítica global a la cooperación. Primero, cuando los recursos son gestionados por grandes operadores que terminan consumiendo una importante cantidad de los recursos asignados, antes de que estos lleguen efectivamente a su destino. Es decir, que el dinero se va perdiendo en el camino entre consultorías, honorarios, costos administrativos, etc. El segundo vicio tiene que ver con una especie de triangulación de los destinatarios. Esto se refiere a que quien recibe el recurso no es quien está detallado como el destinatario final en los términos del proyecto. Esto suele ocurrir con los temas que son políticamente motivados. Finalmente, cuando los recursos se destinan a crear artificialmente voces o grupos de presión que, sin ninguna representatividad, pero muy bien fondeados, surgen con el objeto de apoyar o promover agendas políticas del país donante. En los tres casos, el objeto loable de la cooperación se pierde entre agendas e intereses de los participantes.
Es perfectamente lícito que un país busque alinear su cooperación a los intereses de su política exterior. Pero también es lícito aspirar a que una cooperación sea efectivamente auditada, tenga objetivos compartidos por los países involucrados y que la misma sea ejecutada de manera eficiente y con impactos reales.