FAMILIAS EN PAZ

La esperanza del mundo

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Belén, una pequeña ciudad situada al sur de Jerusalén donde ocurrió el evento más relevante para la humanidad: el nacimiento del Mesías prometido, el Hijo de Dios, que en estas fechas muchas culturas alrededor del mundo lo celebramos. Resulta importante meditar en ello.

' “Si Jesús no es el Mesías, el mundo no lo ha tenido ni lo tendrá nunca”.

Alfred Edersheim

En esa noche invernal las posadas estaban llenas, debido a la cantidad de peregrinos que llegaban para cumplir con el llamado a ser censados. Las multitudes iban y venían, ya no había lugar para la familia, siendo el único lugar un establo cerca de Belén. Pequeño detalle que resulta relevante frente a las profecías dadas muchos años antes.

Había una convicción respecto al lugar de su nacimiento, las profecías lo indicaban, pero el lugar preciso donde ocurre es significativamente importante, pues revela su misión. Fue en la Migdal Eder o la torre del rebaño, un lugar cerca de Belén donde criaban a las ovejas sin mancha que se usaban para el sacrificio del templo. De manera que el Cordero de Dios nació en el mismo lugar donde nacieron todos los corderos sin mancha, destinados al sacrificio por los pecados del pueblo.

El nacimiento de Jesús representa el cumplimiento de la esperanza mesiánica, que traería salvación a toda la humanidad. Nótese que no fue en la suntuosidad y grandeza de un tempo, sino en la intimidad de un humilde pesebre. Allí Dios muestra su inmenso amor para con la humanidad, haciendo visible su favor, gracia y misericordia para todos los pobres y humildes que le reconocerían como el Salvador.

El propósito de los Evangelios, más que mostrarnos detalles biográficos o contextuales, es la de mostrar el hecho que el niño de Belén es el Hijo de Dios anunciado desde muchos años antes, para que todo aquel que conociera su historia o tuviese esta esperanza de salvación pudiese creer, para que mediante la fe pueda tener vida.

Al igual que el día de su nacimiento, dos mil años después, le seguimos relegando a un establo, un mero simbolismo lejos de nuestro diario vivir. Optamos por seguir el frenesí de la vida cotidiana sin detenernos a pensar en las implicaciones de su nacimiento para nuestra vida, o elegimos el ritualismo del templo o la religiosidad como un elemento más en nuestra rutina.

Todo el sistema religioso del judaísmo: el templo, los servicios y especialmente los sacrificios reflejaban la profunda necesidad de redención, salvación y restauración; mismas necesidades que tenemos todos los seres humanos hoy en día. A pesar de ello, celebramos la Navidad como un evento más, como un conjunto de figuras o ritos sin que lleguen a tener implicaciones en nuestro ser.

Creer que Jesús es el Hijo de Dios demanda una transformación total, en nuestra forma de pensar y actuar. Nuestra genética está sometida al pecado, necesitamos liberarnos de él y Jesús es el antídoto para ello. Aceptar el propósito de su nacimiento y el sacrificio de su muerte en la cruz nos conduce al perdón, la restauración y a ser reconciliados con Dios, capacitándonos para amar, perdonar y actuar con justicia y misericordia.

La Navidad se trata de Cristo y del propósito de su venida. No ha habido hombre alguno en la historia de la humanidad que reclame ser el Hijo de Dios y en quien se hayan cumplido las profecías o superado las pruebas de la investigación, sino sólo Jesús. En su vida no se halló ninguna falta, y nadie ha podido ni podrá objetar alguna a sus enseñanzas. Es de hecho como indica Alfred Edersheim dice que “ha sido el factor más poderoso en la historia de la humanidad”.

¿Celebramos su nacimiento dejándolo en el establo, o hacemos de este hecho algo determinante para nuestras convicciones y acciones? Que su nacimiento sea auténtico, real y evidente en nuestra vida. Les invito a reflexionar en ello. Feliz Navidad.

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