La buena noticia
La familia
La familia tiene su origen en la naturaleza social de los humanos, en la complementariedad de los sexos y en la igual dignidad del hombre y la mujer.
La familia es la base de la sociedad. En la familia aprendemos a convivir unos con otros, a auxiliarnos unos a otros. Allí aprendemos a hablar, a comunicarnos. En la familia recibimos el contenido de la propia cultura y de las tradiciones que dan identidad. Recibimos los criterios básicos de lo que se debe y de lo que no se debe hacer. Aprendemos las creencias religiosas y la fe que explicitan el sentido de la vida personal y social. De la convivencia entre familias vecinas surgen las articulaciones e instituciones que construyen la comunidad local y la sociedad.
También el Hijo de Dios se hizo hombre en una familia, la de José y María.
La familia tiene su origen en la naturaleza social de los humanos, en la complementariedad de los sexos y en la igual dignidad del hombre y la mujer. Ningún humano puede vivir solo; estamos hechos para convivir con otros. Una convivencia muy peculiar surge de la complementariedad de la sexualidad humana, facultad que hace posible la generación de los hijos. Estos, a su vez, necesitan a su padre y a su madre para acompañarlos en el extraordinariamente largo proceso humano de maduración hasta llegar a la edad adulta. En consecuencia, la educación de los hijos exige la permanencia de la relación conyugal de los padres. La igual dignidad del hombre y la mujer exige que el matrimonio sea de uno con una. De esas exigencias naturales surgen las características estables que hacen que el matrimonio y la familia que en él se funda sean institución.
En la Iglesia, el matrimonio no solo es una realidad natural, sino también sagrada; es un sacramento; es un camino de santificación. El matrimonio es el fundamento de la familia. El proyecto de formar familia exige que ambos tengan el grado de madurez y conocimiento necesarios para asumir las responsabilidades requeridas para desarrollarlo. Los fracasos en su realización manifiestan con frecuencia que hubo insuficiente preparación para asumirlo. El proyecto tiene como componente principal la generación de los hijos y el apoyo mutuo para educarlos. Esto implica perseverancia en la unión hasta el final de la vida. El respeto que se deben los cónyuges exige la fidelidad mutua y la exclusividad de la unión. La propuesta es realizable. Multitud de casos lo evidencian. Pero duele también comprobar cuántos lo intentan y no lo logran nunca o solo en la segunda oportunidad. Lo que supone procesos arduos de normalización en la Iglesia.
Sin embargo, la palabra “familia”, en el lenguaje común, designa realidades de convivencia que decaen de esa configuración. Usualmente se designa con ese nombre a un grupo de personas con lazos de parentesco, que conviven en una casa y comparten vida, trabajo, fortuna y adversidad. Según los lugares y épocas, se ha llamado “familia” la situación en la que un hombre convive con varias mujeres en una misma casa; pero ya no se llama así, si las mujeres están dispersas en varios lugares. Son situaciones que menoscaban la dignidad de la mujer como igual a la del varón en una relación que implica subordinación, irresponsabilidad y rivalidad. Intentos fallidos de formar familia son los casos en los que un hombre o una mujer tienen sucesivamente diferentes parejas, dramas que van acompañados de sufrimiento, de frustración, de ofensa en diverso grado y proporción para todos los implicados, incluyendo los hijos, cuando los hay. Y el reciente experimento de la convivencia de parejas del mismo sexo es contrario a la naturaleza complementaria de la sexualidad humana.
Dada la importancia de la familia para la sociedad, la Iglesia aprovecha el tiempo de la Navidad para urgir su cuidado. También el Hijo de Dios se hizo hombre en una familia, la de José y María; una familia sin duda peculiar, pero familia.