Nota bene

La familia en Guatemala

La tasa de fertilidad sigue bajando.

El jueves 7 de marzo, Prensa Libre publicó un artículo titulado “Unfpa sugiere priorizar inversión social en los jóvenes”. Una gráfica impactante acompaña el reportaje: la población de Guatemala envejece. En 1990, la pirámide poblacional todavía lucía como una pirámide con falda amplia. Eran muchos los niños y adolescentes, y pocas las personas mayores. Ya para el 2020, la gráfica adquiere la figura de una campana, con la población de niños y adolescentes casi equivalente a la de adultos y adultos mayores. La predicción para el 2050 es que la gráfica lucirá como un jarrón, puesto que la tasa de fertilidad se desploma.

La familia estable tiene una función social.

Las condiciones cambiaron notablemente, pero, inexplicablemente, muchos se aferran a aquella idea de que el país carga con un exceso de bebés y niños.

La natalidad en Guatemala decrece a un ritmo menor que la de otros países. El número de hijos que tiene cada mujer en edad reproductiva bajó de 3.38 en el año 2010 a 2.82 en el 2019, a 2.7 en el 2020, a 2.4 en el 2021 y a 2.29 en el 2024. Nos nivelamos con el promedio mundial de 2.3 hijos por mujer. A este ritmo, llegaremos a tener tasas de fertilidad por debajo de la tasa de reposición de la población de 2.1 hijos por mujer en poco tiempo. Eso quiere decir que tarde o temprano nuestra población dejará de crecer y luego empezará un proceso de reducción.

El reportaje cita al secretario de Planificación y Programación, Carlos Mendoza, quien afirma que, de cara a nuestra población juvenil, es necesario generar riqueza y desarrollo integral. Tiene razón. Una economía pujante genera más empleos e incorpora a los jóvenes, hombres y mujeres a la fuerza laboral.

Pero la lección más grande de esta nueva realidad es que debemos abandonar las políticas públicas antinatalistas de tajo. Por un lado, conforme la población se vuelve más urbana y las mujeres acceden a oportunidades educativas y laborales, ellas eligen reducir el número de hijos que tienen, sin ser coaccionadas por políticas de control de la natalidad.

Por otra parte, existe evidencia científica de los beneficios de fortalecer a la familia. Lleva ventaja un bebé nacido en el seno de un hogar fundado por un papá y una mamá dispuestos a cuidar y educar al niño. Hace ya décadas que se publicaron los “Diez principios de Princeton”, según los cuales: “Las familias fuertes que permanecen unidas estabilizan el Estado y reducen la necesidad de agencias sociales burocráticas, costosas e intrusivas…”. Un economista remarcaría que la familia estable genera externalidades positivas: su cohesión salpica bienestar a terceros.

Para lograr familias fuertes, el Gobierno tiene la obligación de hacer valer las garantías constitucionales que protegen la integridad familiar. La sociedad civil, las organizaciones sociales y las iglesias aportan lo demás. Sobre todo, las familias sanas, con más años de lucha, pueden acompañar a familias nuevas, como solían hacer nuestros abuelos. Una capacitación, un consejo o una guía psicológica, financiera, moral y afectiva puede contribuir a mejorar la relación de pareja y a tomar decisiones sabias de cara a los hijos.

Lamentablemente, muchos jóvenes hoy descartan la opción de formar una familia propia debido a los mensajes que les llegan en las redes sociales y fuentes de entretenimiento. Alrededor del mundo, los jóvenes tienden a postergar cada vez más el matrimonio, o deciden no casarse.  Cada vez más mujeres dicen no desear descendencia. Sin duda, asumir la responsabilidad de ser padres de familia comporta muchas exigencias, sacrificios, sinsabores y tristezas, pero también es la aventura más gratificante que se pueden imaginar. ¡Vale la pena!

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).