CABLE A TIERRA

La finca eterna siembra miedo

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Si hay un afán que ha impulsado a la especie humana a lo largo de miles de años es la búsqueda de certidumbre. Certidumbre, en primera instancia, de que podrá saciar su hambre y su sed, no solo por el día, sino de manera continua a lo largo de su vida. El descubrimiento de la agricultura y la capacidad de generar excedentes alimentarios y de almacenarlos desencadenó formas efectivas de manejar esa primera fuente de angustia. También creó más capacidad para defenderse de otras amenazas, especialmente de las provocadas por otros seres humanos luchando por el control de recursos, riquezas y poder. Así se fueron desarrollando formas de organización social crecientemente complejas. Se crearon instituciones y mecanismos ya no solo para la defensa individual o de pequeños grupos, sino del colectivo más amplio al cual llamaron nación. Surgieron los Estados modernos y el principio de la vida en sociedad tal y como la hemos conocido desde hace un par de siglos y hasta ahora. En algunos países más consolidado que en otros, claro está.

' Hay gente aquí que claramente no quiere que Guatemala avance, que quiere que seamos la finca eterna.

Karin Slowing

En este marco, la seguridad se ha procurado tanto creando instituciones y mecanismos para ejercer la violencia contra otros, como por medio de instancias que procuran el bienestar colectivo, la armonía social y la reducción de las condiciones extremas de irritabilidad, disenso social y desigualdad. A fin de cuentas, estas brechas son las que detonan eventualmente en violencia y conflicto que no solo causan disrupción en la vida de los individuos sino también en la economía. Así se explica el surgimiento del Estado de Bienestar a mediados del siglo XX, y de la adopción de una creciente responsabilidad por parte del Estado para que existan esas condiciones básicas de certidumbre que le permiten al ser humano prosperar y desarrollarse, tanto individual como colectivamente.

Más que idealismo, para mi es pragmatismo. Veo lo transformador, pero no lo revolucionario de un esquema así. Pero acá, en Guatemala, ni eso quieren. Haber firmado la Paz en 1996 fue la esperanza de una segunda oportunidad para reinicializar el país; sí, así como se hace cuando la computadora se loquea. Empezar de nuevo y buscar un sendero más compartido, uno que permitiera que la gente no pase hambre, donde las niñas no sean violadas, embarazadas, secuestradas, vendidas o asesinadas; donde haya respeto y tolerancia, y donde todos podamos tener la posibilidad del bienestar material; de que mejoren nuestras familias. Que nuestras hijas e hijos puedan soñar con un futuro. Que no acabemos con los medios de vida y los recursos naturales, para que quienes vengan después de nosotros también tengan planeta en qué vivir.

Lo intentamos tal vez unos 15 años. Digo, tal vez, porque tal vez si hubo un genuino deseo de intentarlo; pero, como lograrlo implica hacer cambios sustanciales en el modo de vida de algunos, se cayó la mascarada. Hay gente aquí que claramente no quiere que Guatemala avance. Que quiere que seamos la finca eterna, cuyo fruto viene del trabajador explotado y mal pagado, o de rentas rápidas y dinero fácil, no siempre lícito. Prefieren controlar por la violencia y el terror.

Por eso tengo miedo de que quienes ya controlan el Estado no tengan contrapeso efectivo; tengo miedo de que el miedo de ellos precipite más situaciones de violencia, muerte y odio, donde las mujeres, las niñas y las jóvenes se vuelven todavía más vulnerables al formato patriarcal del ejercicio del poder. Tengo miedo de que detrás del miedo de ellos al cambio y a perder sus privilegios viene el autoritarismo, la pérdida de garantías y libertades para todos. Tengo miedo pues Centro América camina ya por esa senda, en un degenere acelerado.

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