RINCÓN DE PETUL
La mochila azul y la niña de Panzós
“Para todo habrá tiempo… ¡no te apresures!” decía impreso en una sencilla bolsa azul, casi mochila, que el amigo nos enseñó se llevaría en el viaje. Eso fue dos años atrás. 2019. La champa, primitiva. Su ambiente muy desértico; muy infierno. En Panzós, se alistaba para ir a Playa Grande, en Quiché, donde encontraría camino con el coyote. El destino, ya lo conocemos todos. Su hija, para mí, entonces, tan solo una niña. Para él, una adulta de quince años. En la pequeñísima mochila sobraba espacio pues prácticamente no llevaba nada. Viendo el interior de su casa, no es que haya dejado mucho material atrás. Un hombre, una familia, que no conocen posesión ninguna.
' Yo pensaba en ellos con cada trágica historia en las noticias. Pero, un día entró una llamada: “¿Aló? ¿Don Pablito? Ya llegó”.
Pedro Pablo Solares
Los planes de esa familia se truncaron en aquel entonces. En un lugar donde la migración aún no es tan frecuente, no consiguieron un financiamiento que en otros lados del país es común. Supongo que también les afectó la carencia de propiedad de tierra que sufren los q’eqchi’s. Tiene menos recursos qué hipotecar. El viaje lo dejaron para 2020. Poco sabían lo que se venía encima. La pandemia. Sus restricciones. Eta, que hizo pedazos la ribera donde sembraban. Dos semanas después, les vino Iota. Recibí un video grabado del área de su lugar de siembras. No lo podía creer. La tonalidad de las imágenes parece de otro planeta. El surrealismo hecho vida. El viaje, de nuevo, en suspenso.
Pensaría uno que tanto golpe quebraría a cualquiera. Pero ante la nada, la única ruta que queda es adelante. Y adelante, para ellos, hay solo un sueño. En julio pasado, el amigo contó que la familia tomó otra vez la decisión. Aunque esta vez, modificada. Y es que no hubo dinero para que la acompañara su papá. Así que una noche este último septiembre, la niña, ahora de 17, solita se fue. El papá, junto con otro vecino, entregaron a sus dos crías en el lugar de junte con los hombres coyotes. Las montaron a la palangana de un pick-up, dijo, y las vieron mientras se perdieron en la oscuridad. No lloraron, dice. Ni él, ni ella.
En días pasados el DHS anunció que este año fiscal que recién termina fue el mayor en la historia en aprehensiones fronterizas. 1.7 millones en los últimos doce meses. La particularidad de este año, sin embargo, fue que un problema que por casi una década fue dominado por los centroamericanos, ahora empieza a expandirse a otras latitudes, con un incremento sustancial, entre otros, de mexicanos, sudamericanos, y haitianos. Aún así, una tercera parte del total fue de grupos familiares y menores de edad. Y de estos, el 57% fueron reportados provenientes de Guatemala, El Salvador y Honduras. Cerca de la mitad de ellos, guatemaltecos.
Entre esa cifra de números fríos iba la niña de Panzós. La hija del amigo, cuyo nombre protejo en este artículo. La niña que, en 2019, frente a su familia dijo que se iba por motivo económico. Pero ya a solas, nos confesó que quería un lugar donde no le pasara lo de sus primas que fueron embarazadas a temprana edad. “Quiero estudiar”, nos dijo, con una vocecita de hilo frágil. Con una duda en su mirada que intento interpretar. La recuerdo de hace dos años. La imagino en 2022 con la claridad de irse. El que no llorara, ni siquiera el día que se fue. Una determinación tan sólida y de fuego, que resultará incomprensible para quien la vea desde lo ajeno y lejano.
El amigo me llamaba durante el trayecto de su hija. Imagino que le daba seguridad. Yo pensaba en ellos con cada trágica historia en las noticias. Pero, un día entró una llamada: “¿Aló? ¿Don Pablito? Ya llegó”. Me puse a ver las fotos que tomé de su lugar en 2019. Y vi la mochila azul, casualmente de una campaña para evitar embarazos tempraneros. Y pensar que seguramente fue la que llevó la niña en su viaje, escapando de esa misma realidad. Las historias son de carne y hueso. Larga vida a la niña de Panzós.