Reflexiones sobre el deber ser

“La paz esté con ustedes”

El Papa León XIV clama por el diálogo.

El Papa León XIV, recién designado como jefe de la Iglesia Católica, en su primera alocución, expresó: “Que la paz esté con todos ustedes, queridos hermanos y hermanas. Este es el primer saludo de Cristo resucitado que ha dado la vida por el rebaño de Dios. Quiero que este saludo llegue hasta sus corazones, a todas las personas, a todos los pueblos y a toda la tierra. La paz sea con ustedes”. Además, puntualizó: “Cristo nos quiere para ser alcanzado por Dios, por su amor, ayúdennos a construir entre nosotros caminos con el diálogo para ser, todos, un solo pueblo y en paz (…); queremos ser una iglesia que camina y busca la paz, la caridad y estar cerca de quienes sufren”.


A través de estas reflexiones, el pontífice clama por el diálogo, la armonía y la conciliación. Su mensaje es de amor, perdón y tolerancia que hoy día debe resonar con fuerza, dado el avance del odio, la intransigencia, la injusticia, la opresión y la guerra. En su día, el Papa Juan Pablo II exhortó: “Sed artesanos y centinelas de la paz”.


En ese sentido, cabe recordar que el Papa Juan XXIII, en su encíclica Pacem in Terris (11 de abril de 1963), hizo un llamado a la resolución pacífica de los conflictos entre naciones, que hoy día resulta pertinente, en los siguientes términos: “(…) Se ha ido generalizando cada vez más en nuestros tiempos la profunda convicción de que las diferencias que eventualmente surjan entre los pueblos deben resolverse no con las armas, sino por medio de negociaciones y convenios. Esta convicción, hay que confesarlo, nace, en la mayor parte de los casos, de la terrible potencia destructora que los actuales armamentos poseen y del temor a las horribles calamidades y ruinas que tales armamentos acarrearían. Por esto, en nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado. Sin embargo, vemos, por desgracia, muchas veces cómo los pueblos se ven sometidos al temor como la ley suprema, e invierten, por lo mismo, grandes presupuestos en gastos militares. justifican este proceder —y no hay motivo para ponerlo en duda— diciendo que no es el propósito de atacar el que los impulsa, sino el de disuadir a los demás de cualquier ataque. Esto, no obstante, cabe esperar que los pueblos, por medio de relaciones y contactos institucionalizados, lleguen a conocer mejor los vínculos sociales con que la naturaleza humana los une entre sí y a comprender con claridad creciente que entre los principales deberes de la común naturaleza humana hay que colocar el de que las relaciones individuales e internacionales obedezcan al amor y no al temor, porque ante todo es propio del amor llevar a los hombres a una sincera y múltiple colaboración material y espiritual, de la que tantos bienes pueden derivarse para ellos (…)”.

La esperanza es que las naciones y pueblos enfrentados recurran al diálogo, la negociación y la no violencia.


Esta reflexión coincide con el primer propósito incorporado en la Carta de la ONU, que reza: “Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz”. Asimismo, en dicha encíclica se hace un acto de fe: “Que, finalmente, Cristo encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz”.


Hoy día, la humanidad está sumida en un pantano de intolerancia, posverdad y confrontación, lo que genera confusión, temor y confrontación, que es el caldo de cultivo de un mayor desconcierto y tribulación. Por lo tanto, la esperanza es que las naciones y pueblos enfrentados recurran al diálogo, la negociación y la no violencia. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9), dice el Señor.

ESCRITO POR:
Mario Fuentes Destarac
Abogado constitucionalista