DE MIS NOTAS

Las leyendas de la Navidad

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En la noche de Natividad tendré un huésped invisible sentado en la cabecera de mi mesa. No estará en árboles cercenados de pinabetes moribundos. Estará sentado en la luz de mi obsequiada fe totalmente ajena a las luces pirotécnicas y eléctricas de encendido intermitente; hoy, enredadas, alumbrando desde escaparates y hogares de millones de celebrantes.

' Se fue olvidando la tradición del nacimiento bajo las sombras del pinabete, hasta desaparecer.

Alfred Kaltschmitt

La mayoría hace esto siguiendo la inercia de la tradición, obedeciendo con fidelidad las instrucciones de la hipnótica y seduciente creatividad publicitaria. Está bien… Que no haya complejo de culpabilidad…, pero sí conciencia de la verdad detrás de la fiebre de “compritis”.

No deja de ser apropiado conocer el porqué de las cosas y la historia detrás de las costumbres y tradiciones ancestrales. ¿Quién creería que hace miles de años un emperador romano llamado Constantino, el primero en convertirse al cristianismo, cambiaría la persecución cristiana en exaltación de Jesús, montando “encimade las celebraciones paganas de Mitra Saturno, “la Saturnalia” —como le llamaban entonces—, celebrada en el solsticio de verano? En ella, durante una semana, abundaban las comilonas, borracheras e intercambios de regalos… ¿Suena familiar?

No podemos sino admirar la fe de Constantino, quien, con toda la buena voluntad, quiso maquillar una fe saturada de paganismo con una doctrina que hablaba de derribar ídolos y limpiar el pesebre del corazón interno, para que, desde allí, en esa intimidad —igualmente poco limpia y con animales—, naciera Jesús, Emanuel, el portador de las buenas nuevas.

En ese sentimiento, muchos lo invitaremos a Él a pasar adelante a nuestro hogar, inspirados en la carta que escribiera a los cristianos de todos los tiempos el apóstol San Lucas. Y siguiendo la buena voluntad ahí sugerida, la paz deseada a todos los hombres de la Tierra, de unirnos en esta fecha a la celebración del nacimiento de la buena nueva: Jesús, Emanuel, Dios con nosotros, el Hijo del Altísimo.

Y en cuanto a Santa Claus, pues esa leyenda fue creada por los holandeses protestantes que arribaron a Nueva York en el siglo XVII, y quienes reemplazaron la celebración de San Nicolás, patrono de los niños y los marinos, por la de este personaje, ahora universal; y, por una mezcla de lenguaje, lo cambiaron de Saint Nicholas a “San Cloas”. Le dieron una aureola de magia y poderes sobrenaturales, y el tiempo se encargó de agregarle los diversos adornos a su imagen: el vestido rojo, las barbas blancas y los renos que vuelan jalando su carreta.

Y así fue como este personaje, empujado más por el comercio que por otra cosa, convirtiera poco a poco el nacimiento —cuyas figuras recuerdan a José, María y el Niño Dios y la humildad de su advenimiento— en botas de trapo, renos que vuelan, árboles con nieve artificial, estrellas plásticas y bombillas eléctricas. El afán de la época se centra en la festividad consumista, en vez de la celebración de la Natividad de Jesús.

Por eso Santa, si te apareces por mi casa, no encontrarás árbol iluminado, sino Nacimiento festejando la venida del “Hijo prometido”. Habrá tamal y viandas, olor a pino, ponche y oración. Y agradecimiento por ÉL, quien es el que reúne a toda la familia en esta especial ocasión.

Y si nos obsequiamos regalos, será sin afán. Y habrá vino, tal vez, pero no borrachera. Habrá festejo y regocijo; y “conciencia” en todos, que la “celebración” es por la venida del Niño Dios, no por vos…

¡Feliz Natividad!

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.