DE MIS NOTAS
Manolo Gallardo, entre musas, dioses y quetzales
“Nacemos para morir”, reza el dicho y, sin embargo, el entendimiento de esa absoluta realidad no apacigua la tristeza al enterarme de la partida de un buen amigo, y uno de los más connotados y talentosos artistas guatemaltecos.
' En su última colección, las angelitas orinando, seguía creando esa impresión que Manolo siempre quiso expresar.
Alfred Kaltschmitt
Estuve buscando una columna que escribí el 26 noviembre del 2012 sobre una escultura de Manolo llamada “No al femicidio”, pero no la encontré. Quería reproducir algunos comentarios que hice sobre esa censurada escultura por la cual Manolo fue criticado por algunos que consideraban “ofensiva” la obra.
Manolo me envió un e-mail de esa fecha, muy cariñoso, dándome las gracias por haber defendido su obra: “Sos una persona a todisísima madre. Tu comentario es extraordinario, con gran altura literaria. He recibido varias llamadas comentándolo. ¿Qué más te puedo decir? ¡Que estoy infinitamente agradecido con vos!”.
Era un pintor polémico, porque rompía moldes y paradigmas. Muchas de sus obras tenían crítica y clara protesta política. No fueron pocos los personajes políticos, religiosos y de la sociedad que incluyó en sus cuadros con sus pinceladas irreverentes a lo Manolo; algunos de ellos con mensajes de franca reivindicación social y de lucha.
En su última exposición, la colección de las angelitas orinando, seguía creando esa impresión que Manolo siempre quiso expresar: una conexión; un contacto visual especial, único, entre la pintura y el observador. ¿Hacia dónde diriges tu mirada, qué te dicen las alas, la vulva, el charquito, la expresión traviesa y pícara? Muchos cuadros son su propia historia contada por él mismo.
En la obra pictórica de Manolo Gallardo todo podía confluir. En ese mundo surrealista, cielo, cosmos, Jesucristo, el Papa, Monseñor Casariego, la periodista Irma Flaquer, el fotógrafo Billy Mata, todas las historias que aguijoneaban su corazón y lo movían emocional y espiritualmente de esta su Guatemala de los contrastes, se dibujaban solas repartiendo sus mensajes crípticos.
Le encantaba hacer su café agregándole algunas semillas de cardamomo. Su casa era una expresión de su personalidad. En aquel tiempo estaba pintada de morado y cuando uno entraba a su estudio, percibía un aire de estar ingresando a un personalizado lugar sacrosanto en donde revoloteaban, como las musas en sus obras, -entre olores de pinturas, oleos, disolventes, aceites y café- esas cualidades de independencia y libertad que emanó a través de su vida.
Perdí contacto con Manolo hace unos años y nos perdimos también la invitación a su última exposición. Me arrepiento. La vida es así. Porque, si en el mundo de la policromía, la vida pudiera pintarse con sus matices de ayeres y mañanas, Manolo encontraría la manera de expresarnos el significado de vivir, en el aquí y en el ahora.
Imagino que eso sentía Manolo cuando poco a poco pintaba todos esos Quetzales, como queriendo volar afuera del cuadro, a la realidad de hoy. O ese Dios omnipotente arriba, sosteniendo al mundo; y abajo a un Jesucristo de mirada compasiva y serena acariciando la cabellera de una mujer recostando su rostro en su muslo.
Imagino a un Manolo ya acomodado en su morada celestial, tomando su café con cardamomo, viendo como todo este misterio de la vida con ángeles y padres celestiales y musas y contradicciones humanas, observan cómo se va jugando el misterio de la vida.
Hasta pronto, Maestro…