Más que mi patria, mi raíz
Me libera de la incapacidad de ver la realidad: mi tierra me ama.

Qué pasión la que siento por Latinoamérica, y qué amor el que siento por Guatemala.
Estas dos palabras —pasión y amor— las comparto en casi toda conversación que tengo sobre mi nacionalidad, porque con orgullo alzo la bandera color celeste y blanco.
Desde el año pasado, tuve la oportunidad y el privilegio de ir a estudiar a París, Francia. Estando aquí, he tenido el espacio para conocer personas de otras nacionalidades, lo cual, irónicamente, me ha hecho identificarme aún más con Guatemala. Desde lejos, aprecio todo lo que allá es “normal” y “cotidiano”. Desde lejos, valoro las tortillas con frijol, que aquí tanto me hacen falta. Desde lejos, presumo el clima que los guatemaltecos gozamos todos los días: el país de la eterna primavera. Desde lejos, celebro los 22 idiomas mayas que hablamos. Desde lejos, reconozco la riqueza de nuestra biodiversidad. Desde lejos, agradezco la lluvia que nos bendice seis meses del año. Desde lejos, hablo de mi país con el pecho en alto. Desde aquí, veo todo con más claridad. Desde aquí, amo a mi país como nunca antes lo había hecho.
Dicho esto, hoy quiero hacer una invitación: replantearnos la relación con nuestra nación. Separar al gobierno y tanto al sector público como al privado, de nuestra relación con el país. Las empresas y el gobierno, aunque sean componentes fundamentales, no son Guatemala. Como población, hemos pasado por retos y dolores a nivel colectivo y probablemente también individual, por lo cual podemos llegar a decir “Guatemala, me dueles”, “Guatemala me ha hecho demasiado”, “Afortunados los que nacieron en otro país”.
Sin embargo, considero importante recalcar esa distinción entre el país y las entidades que han hecho de nuestro pasado y presente uno complejo de navegar. Quien nos duele, quien nos ha hecho demasiado, y quienes han forjado estas realidades con sus acciones, son la suma de individuos que actúan en función de sus intereses personales. Separar a esos individuos de mi relación personal con el país es un acto liberador. Me libera de la incapacidad de ver la realidad: mi tierra me ama.
Al replantearme la relación con mi país, marcando una diferencia clara entre lo que han hecho ciertas personas y lo que mi tierra representa para mí, he llegado a la conclusión de que amo tanto a mi país como él me ama a mí. Guatemala nos ama, porque nos regala las hermosas vistas de sus potentes volcanes. Guatemala nos da tierra fértil y agua que riega nuestros cultivos. Guatemala es la tierra que nos vio nacer y que verá nacer a mis hijos. Guatemala nos da mucho, y aunque nuestra relación a veces sea turbulenta, siempre tendrá un amor inquebrantable e incondicional hacia nosotros.
¿Qué es lo que verdaderamente sentimos por Guatemala, el país?
Así es como hoy hablo sobre Guatemala con orgullo. Y aunque me duelen muchos aspectos de la realidad actual y de la historia de nuestro país, el amor recíproco que compartimos es el motor que me empuja a seguir adelante. Más que adelante, hacia la dirección del futuro que quiero para mi país.
La invitación es entonces a que te des un espacio para replantear tu relación con nuestra hermosa Guatemala. Merece ser presumida y, ante todo, merece ser cuidada.
Cómo hablamos de nuestro país dice mucho de la realidad en la que vivimos. Un cambio de narrativa comienza a pintar tanto el presente como el futuro de forma diferente.
¿Qué es lo que verdaderamente sentimos por Guatemala, el país? ¿Cómo cambiamos la forma de ver nuestro país y, por ende, de hablar de él? ¿Cómo, a través de las palabras, transformamos nuestra realidad?
La importancia de estas preguntas radica en algo esencial: la relación que cada uno tiene con su país también merece ser tratada como importante.