Rincón de Petul
Papá
Se fue uno de los verdaderos intelectuales.
Entramos a tu casa, y aunque todo aquí en apariencia sigue igual, nada lo es. Suena un cliché, pero resulta cierto que nada volverá a ser igual. Venimos de dejarte en tu última morada. Caja de madera, un traje negro, me fijé en tu corbata del color de odontología, tu primera academia. Dijimos que sí, que sí queríamos verte una última vez, y levantaron una tapa. Te vimos ahí, pero te sentías ya en un lugar distante. Ahora vinimos a visitar tu ausencia. Sabes que nunca fue minimalista la estética de tus ambientes. Así, aquí, tu piso es un rimero de rincones, un laberinto de recovecos, llenos todos de ti. De tus libros, tus recuerdos, tus adornos, fotografías y mil hojas de papel. Tu cuerpo, de hueso robusto y sangre caliente partió de este lugar, dos noches atrás, cuando unos señores funerarios te vinieron a recoger. Te vi salir, sé que te fuiste. Pero es que tu casa todavía tiene tanto tu olor. Como fuiste archivador, en cada rincón, en cada recoveco, hay además millonarias colecciones de cada pasión que acompañó tu vida. Larga noble, fértil y singular, papá, no quiero que se olvide nunca tu valía.
Se fue uno de los verdaderos intelectuales.
El antepenúltimo de los 14 Solares hijos de don R. Felipe, fue su último sobreviviente. Así, de esa casa, recogió virtudes que tomó e hizo propias. Su alta moral, en tanto, fue absoluta. Lo inspiraban los ideales del humanismo, de la justicia y de su exquisita sensibilidad por el arte educado. Aborreció lo vertical y su trabajo promovió sociedades más horizontales. Dedicó su existencia a aportar en las pasiones que amó. En la ciencia social, fue importante en el temprano desarrollo de centros de investigación y diálogo en la época que buscaba salir del conflicto interno. Fue un hombre universitario. Y se dedicó a su alma mater, la San Carlos, como verdadera madre. Educó por más de medio siglo, siendo fundamental en el desarrollo de la Escuela de Historia y del programa socio-preventivo de odontología, participando dos décadas en el Consejo Superior, dirigiendo Extensión y hasta se lanzó a la rectoría, en un intento de rescatar su casa académica de la podredumbre que, desde ya, quería invadir.
La música selecta y las bellas artes fueron otro pilar de su pasión. Entrar a su casa era ingresar a una sala de conciertos, siempre. Uno de los amores de su vida, sin exagerar, fue J.S. Bach, porque su música fue lo más próximo que encontró a la trascendencia divina. Produjo y administró un programa radial -Hablemos de música- que ahora se transmite en Radio Faro Cultural. El fin de este programa es dar entrada a quien tenga curiosidad o gusto por la música clásica. Ir por la calle, para mí, es encontrarme constantemente con quienes me confiesan con emoción ser sus oyentes. Siendo historiador, además, escuchar de su voz sobre eso, del arte, de la política y de las dinámicas universales, era introducirse a un hermoso camino que lo amarraba todo enciclopédicamente, y después de lo cual, lo particular llegaba a hacer sentido.
Papá, fuiste aún uno de esos verdaderos intelectuales. Qué podremos hacer ahora con tus majestuosas biblioteca y fonoteca, es ahora solo un enigma. Trataremos de lograr tu deseo, abrirlo, de alguna manera, para que la gente las aproveche. Te describo hoy como el enorme intelectual que fuiste, pero fascinante para mí, fue cómo siempre transmitiste generosamente tu conocimiento, amplio y profundo. Te encantaba platicar. Todo, de forma afable, entretenida y buscando -más que enseñar- provocar curiosidad y reflexión. Entro a tu piso después de llevarte a tu última morada. Intento escribir de ti, para que más personas sepan que exististe, que existió en ti una forma de auténtica integridad. No logré incluir ni la mitad de lo que hiciste. Fuiste singular. Juguetón y bromista, desprendido y generoso, extrañaremos tu mirada suave y tus manos grandes que abrazaban el corazón. Dejas un vacío en nosotros, como en el país al que amaste tanto, que dedicaste tu vida a ayudarlo a construir.