SIN FRONTERAS
“Para su soda”
Lo cuento otra vez, que mi primer trabajo con migrantes inició con un señor que, con su gesto y sin saberlo, cambió la vida de este que escribe y que entonces era un abogado corporativo. Estando ese día en Los Ángeles, casualmente me pidió que le hiciera un servicio legal aquí en Guatemala. Cobré US$200 por el servicio, pero al pagar, me entregó US$50 de más. Cuando intenté dar de vuelta el billete, pensando que era un error, me negó la devolución. Con una palmada y una mueca sobrada, me dijo: “Aprenda cómo trabajamos los migrantes. Yo no quiero el trabajo barato; lo quiero bien hecho”. Los US$50 eran una propina del 25% sobre mi valor cobrado. Digo que cambió mi rumbo, pues tras esa experiencia, abrí una oficina en Los Ángeles, motivado por mi sorpresa de lo vivido con ese primer cliente. Y es que aquí en Guatemala mi experiencia era que los clientes, mientras más dinero tienen, más regatean los honorarios. Ese señor que en 2005 me enseñó “cómo trabajan los migrantes” no fue el único. Con los años, y ya atendiendo de forma masiva, veía cómo cuando pagaban los servicios más comunes que tenían precio de US$50, le tiraban encima un billete de US$5. “Para su soda”, era lo que solían decir.
' Reconocer su nuevo estado, quitar estigmas, integrarlos como actores económicos valiosos.
Pedro Pablo Solares
Mi operación de servicios para migrantes en EE. UU., como también he comentado anteriormente, tuvo como público objetivo, poblaciones de indígenas mayas que escaparon algunas de las zonas más pobres y subdesarrolladas de nuestro país. Gente que suele ser observada de forma superficial, y que por eso, aún carga con la etiqueta que ya no necesariamente le queda: la del pobre, del desamparado y necesitado. Pero son gente muy particular, los constituidos en una primera generación de población que vive el pleno proceso de integración, nada menos que al mercado capitalista más grande del mundo: el estadounidense. Ellos, de forma colectiva, y a pesar de esas etiquetas muchas veces inmerecidas, ha absorbido el modo que mueve a esa economía hacia picos de riqueza que jamás habrían alcanzado en la aldea. Una primera generación que, motivada por ese sentimiento de insatisfacción que el economista Mises identificó como impulsor de la acción humana, se siente empoderada, superada, y que bien nos haría respetar sus derechos, incluyendo el reconocer su nuevo estado, quitar estigmas que ahora les son despectivos, e integrarlos como actores económicos valiosos.
Los inmensos y dolorosos ríos de humanos que hoy salen del norte centroamericano, llenos de miseria y angustia; esos que —sin saber ni el nombre de su lugar de destino— añoran el trabajo prometido en Oklahoma, Alabama o las Carolinas; esos que sufren el desprecio colectivo de la bestialidad humana, motivada por el racismo de populistas como Trump; ellos y su situación, hacen olvidar ahora, al escuchar la palabra “migrante”, el espíritu inspirador de los millones de historias de quienes ya están allá, que viven motivados por haber superado la pobreza con puro sacrificio personal, y a pesar de las circunstancias.
La visión desde Guatemala respecto de los migrantes queda corta; ha sido simplista. Con frecuencia se incurre en expresiones de discriminación paternalista vergonzosas. Recuerdo a un excanciller impetuoso que somataba mesa, vociferando que “no permitía que nadie ‘lucrara con sus’ migrantes”. Ciertamente en esa población grande y diversa hay grupos vulnerables. Pero no restan existencia a aquellos que los motivan a llegar: el hijo que manda el dinero para construir con block. La tía que manda ropa bonita para los sobrinos en la Navidad. El papá que ahorra. Y esos, llenos de orgullo, los empoderados que, con sobradez, le enseñaron a este abogado a no negarse a recibir ese de a cinco, que me daban para mi soda. ¡Son inspiradores, los migrantes estos!