META HUMANOS
Ser padre y transferir bienestar
Desde un sentido lingüístico con bienestar nos referimos a una dimensión espacio-temporal. El español nos permite separar el “ser” del “estar”, es decir que el estar nos refiere al espacio y el ser al tiempo. Entonces, en términos del idioma, podemos utilizar el vocablo bienestar para referirnos a una condición estable, sostenida en el tiempo, tal vez durante toda la vida, del sentirnos bien. Esto puede introducir la discusión sobre la validez de lo que nos puede generar bienestar; no siempre podría ser bueno.
Por otro lado, la psicología y la salud mental nos proponen el bienestar como la ausencia de síntomas, como ese estado donde las cosas que nos pueden hacer daño no están, o que al menos las tenemos bajo control; algo que podría tornarse complicado cuando no todo depende de nosotros. Por su parte, el psicoanálisis, menos positivista, nos propone el imposible de bienestar desde la perspectiva de las tensiones permanentes con el inconsciente de la persona.
Partiendo de esto último es posible entrar a una dimensión diferente de bienestar, la cual podría referirse a una postura ética que se produce de un trabajo intimo e individual. No solo como un estado-transitorio de “estar-bien”, sino como una forma, en constante construcción, de los referentes internos, que nos permiten establecer vínculos posibles y de sobre cómo asumir con valentía y humor la vida y sus retos ineludibles.
Por ética (del griego êthos, que significa carácter) nos referimos al comportamiento humano y su relación con las nociones del bien, del mal y del bienestar común. A diferencia de la moral, la cual define el cumplimiento de normas surgidas de la costumbre, la ética defiende los principios que guían el comportamiento, aunque desafíen la tradición.
' No bastará con aprender sobre crianza, deberemos también procurar nuestro bienestar-ético.
Manuel Velásquez Alvarado
El paternar (ser padres) implica un constante involucramiento en la tarea de la crianza, causa ineludible, intransferible e indelegable. Este proceso implica aprender no solo tácitamente, es decir mientras lo vamos poniendo en acto, sino también de una manera formal compartiendo con otros padres o dejándonos acompañar por expertos.
Pero aprender, en cuanto a crianza, no basta para hacernos cargo de acompañar a otro ser en crecimiento, que se enfrenta constantemente y siempre por primera vez a los retos y bondades de estar vivo, del vínculo, de aprender sobre el amor, el dolor, la felicidad y el fracaso. Se requiere también que quienes los acompañamos podamos lidiar con todo ello de una manera funcional y fluida, ¿porque, si no, cómo les podremos transferir esa experiencia y herramientas de vida? ¿Cómo les podremos acompañar a crear sus propias e inéditas formas de enfrentar la vida? En este sentido, el bienestar, desde esa nueva dimensión que nos planteamos, debe ser algo a lo que debemos poder acceder como personas-padres.
Cuando hemos logrado esto, la crianza deja de ser confusa y caótica y empieza a ser un camino de descubrimiento mutuo, un ejercicio de acompañamiento respetuoso y emocionante.
Para que este ejercicio de acompañar provoque que los niños y las niñas aprendan a relacionarse en bien-estar, quienes acompañemos deberemos hacerlo también, pero desde ese bien-estar ético.
Esto nos pone frente a un decreto ineludible: si queremos hijos de bien deberemos ser, quienes los acompañamos, hombres de bien, y para ello no bastará con aprender sobre crianza, deberemos también, constantemente, procurar nuestros bienestar-ético como producto del trabajarnos, de una manera constante y sistemática, a nosotros mismos hasta las últimas consecuencias. Para que el bienestar no sea solo un estado, sino una postura ética frente a la vida.