RINCÓN DE PETUL

Sigue penitente el pasaporte

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Cinco años han pasado y la cosa no mejora. Era 2017 y publiqué esta columna en el Domingo de Ramos. El pasaporte penitente. Ahora la leo y, nuevamente, esta adaptación pudo ser escrita para hoy:

Pues si de buscar algo que tengamos en demasía en estos cuadrados 109 mil, el color vendría a mente con nuestro cálido clima tropical. Y uno que es propio de esta época es el lila intenso. Ese púrpura pitaya que se enciende con el sol. El mismo que se evoca desde Roma para el sacramento penitencial. Un llamado al sacrificio; un martirio que conduce hacia la ulterior reconciliación.

¡Cómo el hábito adormece emociones! Los sentidos se inmunizan ante la constante exposición. Y como niños consentidos, desapercibidos ya ante tanta maravilla, la explosión multicolor en que vivimos se incorpora a nuestra rutina, nuestro hábito, y nuestro normal. Pero fíjese cómo quien viene de afuera se impacta de primera frente a tanta intensidad. Y es aquel que se alejó por larga temporada el que más aprecia, en su merecida cuantía, estos grandes privilegios. El verano. El noble calor. Las frutas de temporada. Los zapotes, el mango de pita. ¿Se ha fijado? Están por todas partes.

Pero hay penitencia en el momento. La de la Cuaresma reflexiva, que ahora está por culminar. Hay angustia que abunda en un mundo estancado en un desorden permanente. Como la de aquel papá en estos días de dificultad y que, incapaz, añora llevar a los suyos al piscinazo familiar. O la del pasajero en la calle, en un tráfico insufrible. La del doliente y del enfermo. Y la del cucurucho, que se viste tintado, que entre gritos ambulantes y murmullo de ronrones se echa el anda al hombro para expulsar a su último demonio. En el constante hamaqueo, que se mece y arrulla, de izquierda a derecha, entre vientos y platillos, expiando con dolor.

' Siguen oportunidades para después de la Cuaresma, si la mortificación es de lo que usted gusta.

Pedro Pablo Solares

Penitencia de un pueblo dejado a la confusión en las postrimerías de una pandemia que no fue atendida; renegada y negada. Esto abunda. La del refugiado y el asilado, expulsado y perseguido por la inclemente corrupción. Y la del migrante, a cuya pasión invocamos con constancia. Esta semana mayor habrá sido tregua para muchos ahogados en la crítica y observación. Que les haya caído bien la playa, pues al regreso persisten los problemas, desde los más complejos, hasta los increíblemente absurdos, como los miles y miles que buscan acceso al indispensable pasaporte. Adentro del país, aguardando una cita. Y afuera, alejados de los consulados sumidos en el peor de los caos, que propicia detestable corrupción.

Quienes siguen esa fe vivieron una semana de arrepentimiento. Crecimiento de cara a una esperada resurrección. Los actos de contrición variaron. Se cargó, se peregrinó. Se ayunó y se hizo vigilia. Tras dos años de pausa regresaron las tradiciones a la calle y El Calvario adornó inusual y hermoso las calles de La Reforma. Pero siguen oportunidades para después de la Cuaresma, si la mortificación es de lo que usted gusta. Vaya y pida una cita en Migración. Le darán una para noviembre o diciembre. O intente tocar la puerta de un consulado, si es que acaso vive en el extranjero. Para usted no hay pasaporte, pues usted es guatemalteco. Y aquí, hasta de eso se acapararon. En otras latitudes, ciudadanías activas tomarían acción, en especial de cara a un año electoral. En Guatemala, si acaso el sacrificio será ofrenda. Así es aquí la cosa: se ayuna, se carga el anda, se es azotado o se pide un pasaporte. ¡Dios guarde! Ese último es demasiado denigrante.

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.