Pluma invitada

TikTok es su propio peor enemigo

TikTok ha tenido cuatro años para portarse bien.

De verdad, yo estaba del lado de TikTok.

En 2020, cuando el gobierno de Donald Trump intentó por primera vez obligar al dueño chino de TikTok, ByteDance, a vender la aplicación o arriesgarse a que la cerraran, argumenté que prohibir TikTok en Estados Unidos haría más mal que bien.

TikTok también ha cometido una serie de errores no forzados que han perjudicado su causa.

¿Por qué? En parte porque TikTok parecía un chivo expiatorio conveniente para los problemas —recolección invasiva de datos, políticas turbias de contenido, algoritmos de recomendación adictivos— que asolaban a todas las grandes aplicaciones de redes sociales y en parte porque nunca me creí el argumento de que la aplicación era una herramienta de espionaje china oculta a plena vista.

Sigo siendo escéptico en torno a ese argumento. Si el gobierno chino quisiera espiar a los estadounidenses mediante sus teléfonos inteligentes, no tendría que utilizar TikTok para hacerlo. Podría comprarle montones de información a un corredor de datos, gracias a las inexistentes leyes federales de privacidad de datos de Estados Unidos.

Y me sigue preocupando que prohibir TikTok sea un enorme regalo para gigantes tecnológicos de Estados Unidos como Meta y Google, los dueños de las principales competidoras de TikTok —Facebook, Instagram y YouTube—, lo que atrincheraría todavía más a los ganadores en un mercado que de por sí tiene muy poca competencia.

Sin embargo, en las últimas semanas, conforme avanza con rapidez la aprobación en el Congreso de un proyecto de ley bipartidista que obligaría a ByteDance a vender TikTok, empiezo a estar de acuerdo en que prohibir TikTok o forzar su venta, tal vez sea buena idea.

He llegado a esta postura a regañadientes. Sigo pensando que gran parte de los argumentos contra TikTok se basan en aseveraciones vagas de daños teóricos. Y simpatizo con los argumentos de organizaciones como la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés) y la Fundación Frontera Electrónica de que prohibir TikTok reprimiría la libertad de expresión de los ciudadanos estadounidenses que protege la Constitución y podría sentar un precedente que los gobiernos autoritarios de todo el mundo podrían citar para justificar la censura de la expresión en línea que no les gusta.

Sin embargo, TikTok también ha cometido una serie de errores no forzados que han perjudicado su causa. Y la torpe respuesta de la empresa al último proyecto de ley del Congreso —incluido animar a los usuarios a inundar las oficinas de sus legisladores con llamadas telefónicas para quejarse— tal vez les haya dado la razón a sus detractores sin querer, al demostrar que a TikTok le interesa y es capaz de usar su fuerza para influir en la política estadounidense cuando quiere.

Alex Haurek, un vocero de TikTok, defendió la respuesta de la empresa, bajo el argumento de que “los estadounidenses tienen el derecho constitucional de pedirle al gobierno la reparación de agravios y eso incluye que los usuarios de TikTok les pidan a sus miembros del Congreso que voten en contra de un proyecto de ley que pisotearía su derecho constitucional a la libre expresión y, en muchos casos, sus sustentos”.

TikTok ha tenido cuatro años para portarse bien desde que el entonces presidente Donald Trump encabezó un intento para forzar una venta. Pudo haber utilizado ese tiempo para exhibir una transparencia radical y demostrar que no tenía nada que ocultar, así como que su relación con ByteDance era tan distante y discreta como afirmaba. Los líderes de la empresa pudieron haber reconocido la tensión inherente de ser una aplicación con dueños chinos que acoge discursos políticos en Estados Unidos y otras naciones democráticas, aunque sea inevitable que parte de ese discurso se desvíe en direcciones que no le gustan al gobierno chino.

En su mayor parte, TikTok intentó agachar la cabeza, mientras sugería en privado que cualquiera que se atreviera a cuestionar los vínculos de la empresa con el gobierno chino estaba incurriendo en campañas de miedo paranoicas y quizá racistas.

De hecho, ha habido veces en las que los detractores de TikTok se han excedido, como el agresivo interrogatorio que enfrentó Shou Zi Chew, director ejecutivo de TikTok, durante una audiencia en el Congreso celebrada el mes pasado en torno a si tenía vínculos con el Partido Comunista de China. (Chew es singapurense).

Sin embargo, la empresa también hizo uso de acusaciones de xenofobia contra escépticos de buena fe que simplemente querían saber cómo una aplicación propiedad de un conglomerado tecnológico chino podía estar libre de influencia china, considerando el historial que tiene Pekín de injerencia en sus empresas tecnológicas. (Nunca olvidaré la vez cuando, hace unos años, un ejecutivo de TikTok sugirió que yo era un intolerante por plantear preguntas sobre si Chew sentía presión de adherirse a las leyes de censura chinas… lo importante era que Chew también fungía como director financiero de ByteDance en ese momento).

La empresa también expandió sus operaciones de cabildeo en Washington y se resistió a la transparencia cuando se trataba de sus propias operaciones.

Por ejemplo, en 2022, empleados de ByteDance fueron sorprendidos vigilando a periodistas estadounidenses que informaban sobre TikTok, recopilando datos de las aplicaciones de TikTok de los reporteros en un intento por identificar quién les filtraba conversaciones y documentos internos. Varios empleados de ByteDance fueron despedidos después de que el incidente salió a la luz y la empresa aseguró que fue una iniciativa “equivocada”, pero a mí nunca me ha parecido muy convincente la idea de que era una operación no autorizada que realizaron unos pocos trabajadores deshonestos.

Y, este año, después de que unos investigadores utilizaron una herramienta de datos de TikTok para recopilar información sobre videos populares relacionados con temas que se reprimen dentro de China —y concluyeron que en los videos sobre varios de esos temas, incluida la población uigur de China y las protestas en Hong Kong, había una infrarrepresentación inusual en TikTok en comparación con otras redes sociales—, TikTok restringió con discreción la herramienta en vez de disipar las críticas.

Nada de esto, por sí solo, justificaría la prohibición de TikTok. Además, es verdad que las empresas tecnológicas estadounidenses se involucran en prácticas similares de vez en cuando.

Sin embargo, con justicia o sin ella, siempre les hemos puesto estándares más altos a las empresas extranjeras. En especial, esto es verdad para empresas de medios con una influencia política y cultural que las convierte en objetivos tentadores para potenciales entrometidos. (Por ejemplo, Rupert Murdoch tuvo que adquirir la ciudadanía estadounidense antes de comprar un grupo de cadenas de televisión estadounidenses, pues las leyes de la época prohibían que los extranjeros fueran dueños).

Ver a TikTok luchar por su vida en las últimas semanas, utilizando algunas de las mismas técnicas de ofuscación y desviación que han preocupado a sus detractores durante años, ha sido muy deprimente. Como muchos estadounidenses, uso TikTok todos los días y quería defender mi aplicación favorita para perder el tiempo de una amenaza a su existencia.

No obstante, una empresa bajo sospecha debe atenerse a un estándar más alto y, hasta ahora, TikTok no ha podido convencer a sus detractores de que se haya desvinculado suficiente de su propietario chino.

Si logra escapar a una venta forzada o si los tribunales bloquean el proyecto de ley, la empresa debería sentirse afortunada y trabajar para poner más distancia real y verificable entre ella y ByteDance, así serían más creíbles sus afirmaciones de independencia.

Además, si TikTok se ve obligada a vender, será la única culpable de sus errores.

©2024 The New York Times Company

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