CABLE A TIERRA
Un semáforo atascado y una esperanza desvanecida
Algunos estábamos creídos de que iba a mejorar la conducción técnica del manejo de la epidemia. Mi interpretación inicial era que, aunque hubiera excelentes profesionales en el país y con altísima competencia para hacer las cosas bien hechas, alguien externo podría facilitar que se avanzara más rápidamente y compensar así el tiempo perdido. Me alegré genuinamente. Incluso ignoré voces de personas muy avezas en las maneras de la política local que me advirtieron sobre el viejo truco que no falla: “no hay mejor forma de callar una voz pública provocadora, que hacerla parte de la jugada”. Me lo dijeron y no quise creerlo.
' Se abre sin antes haber logrado un control adecuado de la epidemia, y sin una capacidad diagnóstica realmente ampliada.
Karin Slowing
Sin duda influyó la desesperación que causaba la incompetencia manifiesta del doctor Hugo Monroy al frente de la cartera. Mi error fue dar por sentado que todos estábamos claros de cuál era la tarea prioritaria. A muchos nos dominaba ya la preocupación a finales de mayo de que comenzaba el escalamiento de la epidemia (incremento exponencial de casos) y la prioridad era contenerla y enfrentarla con un sistema público de salud un poco mejor aperado. Una vez controlada la situación, y habiendo desarrollado una mínima capacidad de testeo masivo y con vigilancia epidemiológica activa a escala territorial, pues si, proceder a reabrir lo que hacía falta de la economía (pues nunca se cerró totalmente, con excepción de la Semana Santa), de manera gradual e inteligente, preparándose para atajar los brotes emergentes; la estrategia “de martillo” como algunos la han llamado.
Imaginé de más. Se abre sin antes haber logrado un control adecuado de la epidemia, sin una capacidad diagnóstica realmente ampliada siquiera a los niveles mínimos autoimpuestos, y sin capacidad tangible de control de brotes puesto que todavía hay una difusión activa del virus que solamente se acelerará en las próximas semanas. Tampoco hay mejoras sustantivas en la capacidad de respuesta institucional de atención médica que ya naufragaba desde antes de la epidemia.
Las consecuencias del 27 de julio son predecibles y serán atroces. Claro, siempre existe la “Plataforma informática Covid-19” para administrar la evidencia. Las señales estuvieron allí desde un inicio. Solo fuimos ciegos los que no quisimos ver. En el acuerdo ministerial 146-2020 el énfasis siempre fue la “desescalada”, no la escalada. Innumerables veces se ha hecho la pregunta de dónde está el plan, pues las medidas epidemiológicas señaladas en el Acuerdo, capítulo II artículos 3-6, correctas y necesarias, necesitaban uno, que se debía ejecutar antes de pensar en “desescalar”. Hasta el sábado 25 de julio, seguía sin verlo. Ahora sé que nunca fue el plan tener un plan para eso. Hasta la palabra “desescalada” cayó en desuso antes de llegarse a usar.
El Acuerdo 146-2020, mostró intenciones de dar un basamento técnico a la desescalada; sin embargo, 8 semanas más tarde, lo que tenemos es una “guizachada” epidemiológica. Un semáforo cuyos colores, criterios y umbrales llevan prácticamente todos a las mismas medidas de relajamiento de la contención. Y nuevamente, sin un plan claro que permita implementarlo. Que los alcaldes vean cómo le hacen. A pesar de ello, tampoco lograron contentar a tirios y a troyanos. En mi opinión, poco a poco, el semáforo dejará de importar y la “nueva normalidad” será indistinguible del “Business as usual”. Eso sí, en unos quince días cuando mucho, veremos el rojo pasar a rojo sangre, como lo planteó ayer una ilustre infectóloga. ¿Podremos retroceder de nuevo en la apertura económica cuando eso pase? Difícil. A golpe dado ya no habrá quite. Además, el “parte oficial” ya está preparado: “Pueblo inculto y desobediente; es su culpa, no hacen caso”.