ALEPH

Una tela triste

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La bandera de Guatemala se ha convertido en una tela triste. La expresión “tela triste” no es mía, es de Jorge Drexler, y les cuento un poco la historia: dice Drexler que Joaquín Sabina le regaló cuatro versos, con la condición de que hiciera con ellos unas décimas. Estos versos decían así: “Yo soy un moro judío/ que vive con los cristianos/ no sé qué Dios es el mío/ ni cuáles son mis hermanos”.

' No escuché ni al corifeo ni al coro de nacionalistas guatemaltecos gritar “ataque a nuestra soberanía”.

Carolina Escobar Sarti

Ni siquiera eran versos de Sabina, sino de Chicho Sánchez Ferlosio, como el mismo Sabina le diría a Drexler. A partir de aquellos versos nacieron décimas drexlerianas como esta: “No hay muerto que no me duela/ no hay un bando ganador/ no hay nada más que dolor/ y otra vida que se vuela/ la guerra es muy mala escuela/ no importa el disfraz que viste/ perdonen que no me aliste/ bajo ninguna bandera/ vale más cualquier quimera/ que un trozo de tela triste”.

Cuando escuché la versión larga de esta historia, pensé en Guatemala y en todos sus símbolos, hoy tan tristes y manoseados por tanto rabioso nacionalismo que abunda en esta tierra que no terminamos de hacer nuestra. Y es que comenzamos el 2022 como terminamos el 2021, porque lo único que cambia con las agujas del reloj es nuestra ilusión y lo que sostenemos es la terca esperanza, que no es más que la vida. Enero trajo renovados ataques a la jueza Érica Aifán desde el MP y sus titiriteros, que en realidad son ataques a la justicia independiente, a los siguientes procesos de elección de Cortes y a la elección de fiscal general, entre otros.

Nadie se creyó lo del crecimiento económico anunciado por Giammattei como logro de su gobierno, por varias razones: no es técnicamente aceptable comparar 2021 con 2020, el peor año de pandemia y de bajo crecimiento económico; las variables de crecimiento (inversión extranjera, exportaciones y remesas) dependen más de la reactivación económica en el Norte que de lo hecho en Guatemala; la corrupción sigue afectando directamente a todas las instancias del Estado y, por lo tanto, a la implementación de las políticas públicas; la pobreza sigue afectando a más del 70% de la población; las remesas que mandan los emigrantes en EE. UU. representan más del 15% del PIB y sin ellas el gobierno tendría muy poco que celebrar; la macroestabilidad económica no revela para nada el desequilibrio que hay entre canasta básica, salario mínimo, desempleo y bienestar de las familias guatemaltecas. Y según Icefi, si el gobierno actual continúa implementando de la misma forma las políticas públicas, Guatemala tendrá un incremento en la desigualdad y la pobreza.

Con enero llegó también la donación de Taiwán de US$900,000 para hacer lobby guatemalteco en Washington desde Ballard, una firma asociada a Trump. Lobby, en este caso, es sinónimo de desacreditar a funcionarios y personas probas del país ante republicanos y demócratas en EE. UU., a fin de proteger a corruptos en un período decisivo. Esa cantidad, para unos limosna, para otros cooperación que pudo haber tenido fines más nobles, está destinada a la supuesta defensa de nuestra también supuesta soberanía. El caso es que no escuché ni al corifeo ni al coro de nacionalistas guatemaltecos gritar “ataque a nuestra soberanía”, y más bien parece que estuvieran agradecidos. Así la soberanía, como menú a la carta.

No hemos resuelto lo de los préstamos del covid, ni el caso de la alfombra mágica, ni el de la minería ilegal, ni la desnutrición irreductible ni la corrupción en municipalidades y ya comenzamos a lidiar con una campaña electoral adelantada, una pandemia que se propaga a un ritmo para el cual nuestro sistema sanitario no está preparado, una caravana de migrantes desde Honduras a la puerta contenida por fuerzas de seguridad, y un gobierno jugándose a la ficha conflictos históricos como el de Nahualá, que ni por asomo es lo que nos quieren contar. Así que “perdonen que no me aliste/ bajo ninguna bandera/ vale más cualquier quimera/ que un trozo de tela triste”.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.