SIN FRONTERAS
Viajes: La gallina, aunque le quemen el pico
¿Qué será lo que es eso, lo que mueve la suerte del viajero? ¿Eso que le salta, y lo lleva a moverse, aún cuando quiso quedarse en casa? Puede decidir que sus días de aventura quedaron atrás, en el pasado, o relegados por aunque sea un momento; un adiós definitivo, o una pausa nada más, a los eventos que lo llevan a alejarse; a ese otro lugar, el de trabajo, donde es necesitado o donde encuentra una forma de realización. Viaje. Un vocablo que es amplio. Viaje. Una emoción: el anhelo por anclarse o un deseo de volar. Viaje. Paz o ansiedad; o adrenalina. O las tres al mismo tiempo.
Eso es lo que experimenté cada vez, cuando tocó a mi puerta una nueva aventura. Llamémosle, una ansiedad por el alejarse del nido, que regala el cobijo de la comodidad. Pero casi siempre fue preponderante la serenidad de saber que se iba a algo que era bueno, y la emoción de empacar mochila, de escoger las prenda; las botas para lodo; el impermeable, el contra vientos, o el sombrero campesino, que cubre del sol y que a tantos da sentido de pertenencia.
Los viajes al campo, a lo que llaman “el interior”, me llegaron un poco tarde en la vida. Una década hace, o un poco más, me tocó conocer Huehuetenango. Y luego San Marcos. En los dos, a profundidades más allá de lo que como capitalino comodón hubiera podido —o querido— imaginar. Las faenas empezaron por labores de abogado. Que ir a notificar a una familia, acerca de la adopción de su hija olvidada, por una familia en West Palm Beach. Que llevar una encomienda personal y delicada a los padres en Chanchocal, eso en San Juan Ixcoy, y eso, a kilómetros sierra arriba de la cabecera huehueteca. Que verificar devolución de propiedades, de parte del coyote, para explicar a un juez en Ohio, no solo que las estas habían sido devueltas, sino hacerle entender que sus parámetros de bienestar no son —ni remotamente cerca— de lo que jamás logrará vislumbrar antes de emitir sentencia. Que esto y que lo otro. En el mundo de la migración, aunque los asuntos familiares son los recurrentes, termina siendo un abanico de razones por las que toca viajar, y comunicar, y enlazar, y preguntar, indagar o inquirir. Llevar y traer.
Espero no aburrir comentando nuevamente que este espíritu de viajar cesó en mi caso personal, después de la experiencia de trabajo realizada en las jodidas comunidades de los sin tierra en Panzós, que ahora sufren, entre tanta otra cosa, el hambre que deja la sequía. Y que fue, para mí, un hasta acá —según yo— con certeza y resoluto. Pero dicen que “la gallina, aunque le quemen el pico…”. Y quizás sea cierto, porque ahora, nuevamente, desempolvo la mochila de los viajes. La de los viajes a ese que llaman el “interior”. San Marcos nos espera en una expedición legal, en unas semanas, acompañando y sirviendo a un querido profesor, a un consciente ilustre, que conmovido por el éxodo nacional, quiere conocer más, hacer más. ¿Cómo me iba a negar ante ese privilegio? Y el otro, más pronto aún, a enseñar a quienes pueden y quieren hacer más, también desde lo legal, lo que es la realidad de las personas a quienes desde la capital atienden, en voluntariado, en una tarea que el Estado evadió.
' Ahí vamos, nuevamente, y sin haberlo planificado en la vida, a las faenas del campo profundo.
Pedro Pablo Solares
Así que ahí vamos, nuevamente, y sin haberlo planificado en proyecto de vida, a las faenas del campo profundo. Principalmente, y como siempre, buscando compartir, en humanidad, con quienes iremos a contactar. A escuchar sus historias, para no conocerlas a través de terceros. Y a intentar empatizar, desde la igualdad, y no a simpatizar, desde un plano de superioridad. Un abrazo de buena suerte, es lo único que le pedimos, y la expectativa de nuevas historias que nos hagan entender lo que queda detrás de la cortina, en este flujo humano que marca el éxodo nacional.