¿Y si comenzamos a construir juntos el futuro?
Tender puentes, no levantar muros.

En distintas ocasiones he escrito sobre la necesidad de construir el sueño guatemalteco. Sin embargo, una pregunta persiste: ¿sabemos realmente qué significa construir ese sueño? Quizá ni usted ni yo tengamos una respuesta definitiva. Quizá el “sueño guatemalteco” no sea uno solo, sino tantos como esperanzas existen, obligándonos a preguntarnos siempre: ¿por dónde empezamos? Y aun en medio de tantas incertidumbres, hay un principio que puede guiarnos: el bien común.
Sí, el bien común. Construir un país distinto no es tarea de unos pocos ni se logrará desde los extremos ni con promesas vacías. Se construye desde abajo, desde cada ciudadano que madruga para trabajar, que enseña honestidad a sus hijos, que siembra en su pedazo de tierra confiando en que algo mejor puede crecer. Como el granito de maíz que germina silenciosamente, creyendo que mañana puede ser mejor que hoy. En un país como el nuestro, donde las diferencias sociales, políticas y económicas son tan profundas, construir el futuro parece reservado para los valientes. Pero la historia enseña que fue la valentía de los soñadores la que movió los cimientos del mundo. Quienes creyeron en lo imposible, lograron cambiar lo establecido.
Recientemente falleció el Papa Francisco, quien nos exhortaba con cariño: “¡Hagan lío! ¡Hagan lío del bueno!”.
Heredar el país es entender que no somos dueños de esta tierra: somos custodios de algo que nos fue prestado. Como dijo el Papa Francisco: “El mundo no es herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”. Bajo ese espíritu debemos caminar. Recibimos esta tierra prestada y nos corresponde devolverla digna, viva, fecunda. Heredar Guatemala es asumir la responsabilidad de construir un país más justo, más noble, más humano, no solo para algunos, sino para todos. ¿Es esto una utopía? Tal vez. Pero la utopía no es un destino inalcanzable. Es la brújula que nos da dirección. Como escribió Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte: camino dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos, y el horizonte corre diez más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: para caminar”. Hoy, más que nunca, necesitamos trazar, con mano firme y corazón abierto, las coordenadas del futuro. No podemos caminar a ciegas ni quedarnos atrapados en la comodidad del escepticismo. Tampoco podemos avanzar sin saber hacia dónde vamos. Y ese destino no puede ser otro que el de un país más libre, más justo, más solidario. La transformación comienza en el corazón sencillo de cada ciudadano que decide hacer bien su trabajo, respetar al otro, tender la mano en vez de señalar. Comienza también entendiendo que la democracia no es solo votar cada cuatro años, sino participar activamente, exigir transparencia, proponer soluciones y asumir que nuestras acciones o nuestras omisiones construyen —o destruyen— la casa común.
Cada generación hereda el país que la anterior construyó o descuidó. Pero cada generación también tiene la oportunidad de corregir el rumbo, de sembrar nuevas semillas. Somos la generación joven que tiene ante sí la gran responsabilidad y la gran oportunidad. No podemos esperar que otros construyan lo que nosotros soñamos. No podemos delegar nuestro sueño. Quizá construir el sueño guatemalteco implica cambiar nuestra perspectiva: dejar de esperar salvadores y entender que somos nosotros mismos quienes debemos convertirnos en constructores de esperanza. Tender puentes, no levantar muros. Pensar más en el “nosotros” que en el “yo”.
Recientemente falleció el Papa Francisco, quien nos exhortaba con cariño: “¡Hagan lío! ¡Hagan lío del bueno!”. Un lío que despierte conciencias, movilice corazones y construya, no destruya. Hoy debemos preguntarnos: ¿qué país queremos (y vamos a trabajar por) heredar?