SI ME PERMITE

Cómo recordar el terremoto

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“No se puede ganar una guerra como tampoco se puede ganar un terremoto”. Jeannette Rankin

El ser humano es producto de sus experiencias y también de todo aquello que se le informa, ya que de alguna manera lo conserva en su memoria. Esto nos puede ayudar a entender a los que han vivido un terremoto, como el que hubo hace más de cuarenta años, que para muchos marcó sus vidas como algo inigualable.

Al pensar en el dicho de “recordar es vivir”, uno se cuestiona si lo que vivió ha cambiado su modo de hacer o no hacer las cosas. Por ejemplo, si alguien vivió el aterrador terremoto, entonces cuando está edificando una casa quizás tomó en cuenta lo vivido, por si hay que vivir otra vez una experiencia similar. Si estoy guardando o apilando cosas en mi casa tengo presente el peligro latente de un terremoto y tomaré las precauciones para no perder la vida.

Claro está que nadie quiere y tampoco espera repetir vivencias como estas, pero viviendo en un lugar tan propenso a terremotos debemos ser expertos, por las vivencias vividas o las vivencias compartidas por nuestros mayores que experimentaron momentos como esos, para evitar, en lo posible, otra tragedia, la cual nos llega cuando menos lo esperamos.

Es posible que el razonamiento anterior pinte una mentalidad fatalista y que no ayude mucho a vivir en paz, pero en esta vida se admira más a los que son preventivos. Pero los que previenen invierten más en gente prevenida que en aquellos que son arriesgados y posiblemente presumen de reducir costos, pensando que nunca les pasará una tragedia semejante a ellos como otros la han tenido que vivir.

En nuestro mundo, cada territorio tiene una belleza muy particular que a propios y a extraños les invita a la admiración, pero juntamente con ello cada rincón de este mundo tiene algo que lo hace vulnerable: cuando no es el clima son los temporales, y cuando no una cosa es otra la que siempre nos tiene alerta. Esta realidad nos ayuda a que nadie se sienta con ventaja en comparación al resto de los habitantes en este planeta.

La historia registra calamidades y problemas que marcan la vida humana, pero lo más triste es cuando uno lo ha vivido y sin embargo no aprende de ello. Cuando aprendemos de la experiencia, esto se convierte en un valor de sabiduría, ya sea que el resto lo aprecie o no. Recuerdo a un amigo que compró un terreno, y cuando estaba planificando la construcción en el mismo, alguien de edad y entendido comentó: “planifica bien tu construcción porque este terreno puede ser de alto riesgo”, dicho lo anterior, la persona siguió su camino sin esperar que se le contestara algo. El que lo escuchó describió en su rostro una imagen como pensando: “Qué le importa a él, esto es mío y hago lo que quiero”.

Compartimos nuestra vida, nuestros logros, nuestros planes y también nuestros riesgos. Si fuéramos conscientes de esta realidad seríamos mucho más cuidadosos y preventivos, no solo para no sufrir lo que se ha sufrido en el pasado, sino también no exponer a otros en situaciones de riegos innecesarios cuando se pueden evitar.

Los medios de comunicación nos comparten constantemente de catástrofes a las que nuestro mundo está expuesto. Y cuando lo oímos o leemos, la primera reacción es cuánto de esto se podría prevenir o cuánto de esto hubiera sido imposible de prevenir. Pero con todo lo que la ciencia ha avanzado, podemos concluir en que se pueden reducir los daños aun cuando no se puede predecir y evitar lo que pasará.

samuel.berberian@gmail.com

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.

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