SI ME PERMITE

Debemos aprender de otros pero no copiarlos

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“El secreto de mi éxito fue rodearme de personas mejores que yo”. Andrew Carnegie

En el medio que vivimos, siempre se valora la originalidad cuando uno participa con algo que ha pensado y elaborado para poder presentarlo. Claro está que no hay nada nuevo debajo del sol, pero el modo de integrarlo y estructurarlo sí puede ser original.

Claro está que nosotros somos producto de nuestros mayores. De los que nos rodean, porque de ellos aprendemos y somos formados por lo que ellos invierten en nosotros, pero no implica que toda la vida repitamos lo que ellos nos mostraron.

Lo que recibimos es como una materia prima para elaborar lo nuestro y agregarle nuestra perspectiva y el modo como nosotros lo podemos percibir. Si así no fuera, qué desagradable y monótono sería el convivir con nuestro círculo escuchando y viendo lo mismo de siempre.

Es por demás comprensivo que nada cuesta ver u oír algo y simplemente repetirlo. Pero cuando lo procesamos, una vez comprendido lo que vimos y escuchamos podemos no solo cambiar el orden o el énfasis al presentarlo, sino que termina siendo refrescante cuando se lo percibe.

Nuestra identidad es única, si bien puede que a todos no les simpatice, es la nuestra y es entendible que debemos ser conscientes de la diversidad a nuestro derredor y no chocar con esta. Debemos saber armonizar por lo que somos y el modo en que hacemos las cosas.

Esto requiere como una prioridad el que tengamos que aceptarnos y ser genuinos en nuestro modo de ser, para que luego otros nos puedan aceptar. Porque cuando tengo conflictos conmigo mismo, lo que esto hace es alejar a los demás cuando quiero cultivar relaciones.

Somos conscientes de que en el transcurso del tiempo cambiamos. Sea la edad que adquirimos o bien las experiencias que atravesamos nos exigen ser diferentes, pero eso no implica que no nos reconozcan. Muchas veces, pasado un tiempo, nos encontramos con alguien quien nos observa hasta que se anima a entablar el diálogo, y lo primero que hace es preguntarnos para confirmar si somos lo que ellos están pensando, y cuando lo confirmamos pueden agregar que hemos cambiado o bien que no hemos cambiado.

Ese concepto es tan relativo porque todos cambiamos, se note o no.

Muchas veces nos confunden con alguien, lo que no es cosa extraña, pero triste si es que no proyectamos nuestro modo de ser y tratamos de imitar a alguien que admiramos.

No hay nada malo en admirar a alguien, pero no debe ser para imitarlos, sino para aprender de ellos y asimilar las virtudes, y que estas lleguen a ser parte de nosotros mismos sin que nosotros perdamos nuestra propia individualidad y personalidad.

No podemos evitar que otros nos observen, nos admiren o no, pero estamos influenciando a nuestro círculo, pero sea por el hecho que habiendo aprendido de otros podemos foguear y animar a otros para que ellos integren en sus vidas normas y no simplemente perfiles externos de forma.

Esto debe ser entendido también en la realidad, en el hecho de que si tenemos que mudarnos a otro país o a otra región, con el tiempo podamos asimilar el modo de vivir de ellos. Eso ayudará para no ser eternos extranjeros, sino siendo parte de esa sociedad los lugareños puedan aceptarnos y se sientan cómodos con nosotros.

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.