CABLE A TIERRA

Economías casi invisibles

El viernes recién pasado, el colectivo Socialab me invitó a participar en un foro para discutir los desafíos de la economía del Altiplano Occidental. Acepté, encantada, aunque con la duda de si alguien estaría dispuesto a llegar a la hermosa Casa N´oj, en el Centro Histórico de Quetzaltenango, un viernes de quincena y tráfico doblemente pesado, aderezado con el pago del bono 14, la Teletón y la lluvia cayendo a cántaros. Cuando menos sentí habíamos ya unas 200 personas en el salón, quedándose la mayoría hasta el final del evento. Demás decir que las cuatro panelistas —Úrsula Roldán, María Robertha Ramírez, Saknicté Racancoj y yo— estamos profundamente agradecidas por semejante participación.

Hablar sobre economía regional no es fácil. Son más cosas las que se quedaron en el tintero que las que se pudieron abordar. Una de ellas, apenas esbozada, es que el basamento estadístico para analizarla es muy limitado. La noción territorial sigue estando ausente en las estadísticas macroeconómicas que colecta el Banco de Guatemala.

Tan grande es todavía el centralismo colonial en que vivimos que el PIB, medida sintética que indica si la economía crece conforme expectativas, sigue siendo un agregado nacional. Parece que poco importa saber dónde, quién y cómo se genera la riqueza. Tal vez es porque, a fin de cuentas, la misma termina concentrada en tan pocas personas, que viven mayoritariamente en la Ciudad de Guatemala. Ni siquiera el papel significativo que tienen las remesas en la estabilidad macroeconómica ha movido al Banguat a preocuparse un poco por entender la economía de los territorios de donde fueron expulsadas estas personas.

Pareciera que no fuera necesario comprender la estructura económica y empresarial, ni las diferencias territoriales en la composición por sectores; tampoco conocer cómo operan los circuitos de intercambio dentro de cada región y entre regiones, así como los vínculos que tienen las economías regionales con mercados en distintas partes del planeta. No digamos, entender la microeconomía de las comunidades y cómo sobrevive la gente. De lo único que sí tenemos datos es de los efectos deletéreos que tiene sobre el desarrollo humano y el ambiente: informalidad, incumplimiento de condiciones laborales, pobreza, hambre, desigualdad, exclusión, deterioro ambiental; el Altiplano Occidental sale en exacerbada desventaja en todos esos indicadores.

¿Si no entendemos la economía que los genera, cómo vamos a poder modificar la situación?

Esto encaja con otra reflexión que se lanzó en el foro: mientras para el gran empresariado nacional y transnacional, y para el Estado, los territorios sean simplemente espacios para extraerles los recursos disponibles, no tendrá importancia entender qué ocurre en los mismos, ni preocuparse por las consecuencias, mucho menos gestar un desarrollo económico incluyente y más armonioso con el ambiente. Si los actores económicos locales no tienen activos productivos, no pueden producir. El mayor déficit en el Altiplano Occidental está en eso y en una institucionalidad pública ausente y marcada por las alianzas corruptas entre actores públicos y privados.

Finalmente, el Altiplano Occidental ya no es solo área de expulsión y tránsito de migrantes; en esta nueva configuración geopolítica llamada Triángulo Norte, es la nueva frontera; el territorio de contención de la migración indocumentada y lugar de retorno para los deportados. Si no se piensa ya cómo se enfrentará este desafío, más que una oportunidad de dinamizar la economía regional, el Altiplano Occidental corre peligro de exacerbar sus niveles actuales de conflictividad.

karin.slowing@gmail.com

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