Educarse, pero aprender

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En estos días es muy común que se pueda presentar en las hojas de vida —o bien, cuando se presenta a alguien— todos los estudios que ha realizado o los niveles de educación logrados, lo cual es loable y de admirar, pero más importante o valioso es saber de todo el tiempo que ocupó en sus estudios y los grados académicos que alcanzó, cuanto ha aprendido al fin y al cabo.

Para muchas personas es muy fácil impresionar a los demás y tal vez ganar su admiración por lo mucho que han estudiado, pero cuando nos toca observarlos por alguna razón, vemos que el desempeño que están mostrando pone en duda el perfil que se nos había  descrito.

Posiblemente hubiera sido más sano que nos los hubieran presentado simplemente por sus nombres y que los dejaran hacer lo que se les ha pedido hacer,  y al observarlos y ver el modo en que hacen y dicen las cosas, uno mismo puede llegar a la conclusión de que estas personas en verdad han aprendido y lo saben llevar a cabo.

Nada cuesta exhibir títulos y reconocimientos,  pero la vida es mucho más que eso y los trabajos y servicios que mayormente valoramos están mucho más allá de los elogios.

Esto es evidente cuando solicitamos el servicio de un mecánico o bien el de un restaurante o de un servicio médico. Normalmente en el proceso que se nos atiende o bien al finalizar, emitimos una ponderación que determina si regresaremos para otra oportunidad, no tanto por lo que se nos recomendó y los elogios que nos dieron, sino simplemente por el servicio que recibimos y apreciamos la calidad de conocimiento que la persona manifestó,  cuando estuvo atendiendo lo que se le solicitó.

La realidad descrita nos invita a autoevaluarnos, para que se vea al momento de buscar un trabajo o bien ofrecer un servicio, cuánta de nuestra presentación está fundada en los conocimientos adquiridos o bien en lo que hemos aprendido no importando la fuente, pero que ha llegado a ser nuestra y que podemos desempeñarnos en ella.

Esta verdad es válida para cada humano de lo más humilde a lo más sofisticado porque no escapa de esta realidad, especialmente en este año electoral donde muchos ciudadanos estarán solicitando que usted y yo demos nuestro voto para que ellos alcancen el puesto por el cual se ofrecen.
Deberíamos observar no tanto títulos y estudios que tienen, porque es más importante ver cuánto han aprendido y cuánto han asimilado,  para poder funcionar y desempeñarse  para aquello que están queriendo ocupar.

Una figura mucho más sencilla es de aquellos jóvenes que por lo natural de la vida desean contraer matrimonio porque se quieren con su pareja. Pero el asunto es si han aprendido en la vida lo suficiente de responsabilidad para desempeñar el papel conyugal que les tocará  desempeñar y si tendrán un niño, ¿se han preparado para una paternidad responsable para que la criatura que llega no tenga que pagar la factura de la ignorancia de los que quieren ser padres?

Guatemala necesita, para salir de la pobreza, no solo dinero, pero también aprendizaje para vivir sabia y prudentemente, para que juntamente  con la escolaridad que reciban y la educación que documentan también aplique conocimientos para que minimicemos los daños que sufrimos a diario.

samuel.berberian@gmail.com

ESCRITO POR:
Samuel Berberián
Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.