VENTANA

El arte de los pequeños pasos

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La vida, como la muerte, están indisolublemente unidas. Es el mayor misterio que existe. Ese misterio provoca preguntarnos: ¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué ocurre después de la muerte? ¿Existe Dios? A la pregunta ¿qué es la vida para ti? Respondo: es como un viaje de aprendizaje. Imagino que venimos al mundo con una “maleta” que contiene las semillas de nuestro potencial. Si logramos que esas semillas den fruto habremos cumplido nuestra misión. “No se vale regresar con la maleta llena”, cantó el Clarinero.

Hace muchos años leí el cuento El Principito. Desde entonces percibí que su autor, Antoine de Saint-Exupéry, nacido en 1900, “abrió su maleta y dejó que la vida fertilizara sus semillas”. Saint-Exupéry no fue un simple espectador en la vida, sino un guerrero de corazón noble y solidario. Ingresó al servicio militar y se hizo piloto en 1921. Fue pionero de la aviación moderna. Trabajó como piloto para un correo postal francés de 1926 a 1934. Así fue como realizó innumerables viajes al África y a la América del Sur, donde abrió nuevas rutas aéreas. Sus aeronaves tenían los instrumentos de navegación mínimos, lo que posiblemente condujo a que sufriera varios percances. El accidente más conocido fue cuando cayó en el desierto del Sáhara, en diciembre de 1935. Le acompañaba el mecánico del avión, André Prevot. Ambos sobrevivieron milagrosamente. Pero fue también otro milagro cuando, al cuarto día, sin provisiones ni agua, a punto de morir, un beduino los rescató. Durante la Segunda Guerra Mundial, Saint-Exupéry formó parte de la fuerza aliada. El 31 de julio de 1944 realizaba un vuelo de reconocimiento para controlar las tropas alemanas en el valle del Ródano cuando su avión desapareció. En 1998, un pescador francés encontró una esclava de plata con su nombre, a media milla náutica de la isla de Riou. Dos años más tarde encontraron los restos de su avión en el fondo del mar.

Surcar la inmensidad del cielo día y noche teniendo como única compañía a las estrellas le permitió a Saint-Exupéry meditar, escuchar claramente la voz interna de su alma, que le reveló que existía algo más grande que él mismo. En una de sus travesías nocturnas invocó a Dios con profunda humildad. A continuación transcribo su hermosa oración: “No pido milagros y visiones, Señor, pido la fuerza para la vida diaria. Enséñame el arte de los pequeños pasos. Hazme hábil y creativo para notar a tiempo, en la multiplicidad y variedad de lo cotidiano, los conocimientos y experiencias que me atañen personalmente. Ayúdame a distribuir correctamente mi tiempo: dame la capacidad de distinguir lo esencial de lo secundario. Te pido fuerza, autocontrol y equilibrio para no dejarme llevar por la vida y organizar sabiamente el curso del día. Ayúdame a hacer cada cosa de mi presente lo mejor posible, y a reconocer que esta hora es la más importante. Guárdame de la ingenua creencia de que en la vida todo debe salir bien. Otórgame la lucidez de reconocer que las dificultades, las derrotas y los fracasos son oportunidades en la vida para crecer y madurar. Envíame en el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor. Haz de mí un ser humano que se sienta unido a los que sufren. Permíteme entregarles en el momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras. No me des lo que yo pido, sino lo que necesito. En tus manos me entrego. ¡Enséñame el arte de los pequeños pasos!”.

¡Feliz Navidad!

clarinerorm@hotmail.com

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