MIRADOR
El muro y la doble moral
El muro que promueve construir el nuevo presidente de USA —continuar construyendo, matizaría yo— ha levantado todo tipo de ampollas, reflejadas tanto en múltiples y pintorescos comentarios como en “pacíficas” y ruidosas manifestaciones. En un mundo globalizado, en el que cada quien se siente ciudadano del planeta, ponerle “barreras al campo” no es bien percibido y produce reacciones como las que se han observado en las últimas semanas.
Lo sorprendente en ciertos países es que, por distintos medios, se alimente la indignación cuando ellos mismos tienen como frontera un muro físico para frenar o impedir la “emigración no deseada”, concepto que abarca desde el miedo al terrorismo de Hamas (Israel), la emigración masiva y descontrolada en ciudades españolas del norte de África o las complejas fronteras de Hungría, Arabia Saudita, Grecia, India o Turquía; pero también el no físico que impide que ciudadanos cubanos y venezolanos puedan salir libremente de sus países. La actitud bíblica del fariseo aparece como telón de fondo que resalta muchas de esas particulares críticas.
En Guatemala, la temática también ha generado algarabía. Quienes protestan, con razón si se quiere, ignoran atrevidamente que en el país hay, constitucionalmente hablando, ciudadanos de origen y naturalizados (arts. 144-145), con idénticos deberes pero con diferentes derechos, a pesar de la particular redacción del art. 146 que los otorga pero con “las limitaciones que establece la Constitución”. De esa cuenta, y a pesar de que todos paguen idénticos impuestos, los “de origen”, no podrán ser diputados (art. 162), presidente ni vicepresidente (art. 185), oficial del Ejército (art. 247) ni juez o magistrado (art. 207), y obviamente no pueden integrar la CC (art. 270). Por si no fueran suficientes restricciones —a pesar de cumplir con todas sus obligaciones— nunca podrán adquirir propiedades en una franja de 15 kilómetros a lo largo y ancho de las fronteras (art. 123). Incluso observará ofertas de empleo con requisitos como “ser guatemalteco de origen”. Si desea conocer más trabas para los emigrantes no naturalizados, las encontrará en cuerpos legales laborales y en la Ley de Migración y su reglamento. Esa segregación —que de eso se trata— no se refleja, sin embargo, en constituciones europeas y la norteamericana, aunque pueda contener algunas cuestionadas limitantes, permitió que Arnold Schwarzenegger, un extranjero nacionalizado, fuese gobernador de California.
Visto lo anterior, se debería reflexionar sobre si la postura contra el muro es moralmente aceptable cuando la casa la tenemos llena de barreras que legalizan desigualdades y discriminación entre ciudadanos: origen, naturalizados, residentes o en tránsito. Protestar porque el gobierno norteamericano no recibe con bombo y platillo a los emigrantes nacionales y criticar que los deporta o expulsa, mientras se evade la discusión de las limitaciones nacionales existentes contra los emigrantes, es un ejercicio espectacular de hipocresía tropical, y un ejemplo más de la doble moral y el irracional discurso.
Cada vez que escuche una noticia sobre el “muro de Trump” reflexione sobre qué piensa hacer para que aquí —y en dictaduras y regímenes autoritarios— se caigan los muros que permitimos con nuestra pasividad y alentamos con entusiasmo. Puede formar parte de quienes de verdad hacen algo por cambiar el mundo —comenzando por uno mismo— o dejarse llevar por esa ola que paraliza las neuronas y nos sube al tren, en ocasiones irracional, de la opinión pública.
Ya lo sabe, ahora si quiere váyase a protestar, pero con la conciencia intranquila.
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