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El síndrome de hubris
Esta semana llegó a mis manos un interesante artículo publicado en la revista C4, que habla de un término no muy conocido, “hubris”. ¿A qué le suena? a algo raro sin duda, pero su definición es muy actual, por la connotación política que tiene.
La palabra hubris proviene del vocablo griego hybris, cuyo significado moderno describe a una persona soberbia, arrogante y que tiene excesiva autoconfianza; estas personas se creen superiores a todo el mundo.
Aunque este síndrome puede padecerlo cualquier persona, las más propensas son quienes tienen gran poder económico o político. Pero esta vez me referiré únicamente a los que ocupan alguna alta posición de poder dentro de un gobierno, y que tienden a desarrollar un conjunto de comportamientos negativos y egocéntricos que se hacen evidentes ante un pueblo. Esta enfermedad se ha observado históricamente en casos de presidentes o jefes de Estado, que han perdido incluso la razón mientras gobernaban, como dicen, “después de la soberbia, viene la caída”. El clásico ejemplo descrito por los autores de este tema es el de Hitler. Y un poco más cercano de nuestro entorno, en tiempo y espacio, es el caso de Roxana Baldetti.
Como menciona el político y médico británico David Owen en su libro En el poder y en la enfermedad, es necesario identificar algunos criterios para diagnosticar a una persona poderosa con el síndrome hubris. Los cuales se resumen así: se autoglorifican; tienen una preocupación exagerada por su imagen y presentación; en sus discursos se exaltan a sí mismos; muestran una autoconfianza excesiva; menosprecian a los demás; dicen ser tan grandes, que solo Dios o la historia los pueden juzgar; pierden contacto con la realidad; cometen actos impulsivos; creen que están incluso sobre la ley, cambiando constituciones o manipulando los poderes del Estado, entre otros aspectos.
Según Owen, para que la persona pueda sanar de este mal, basta con que pierda su poder, pero otra manera sería que quien sufre este síndrome se percatara del problema y aplicara a sus acciones una actitud más humilde y de servidor público. Aunque esto es muy difícil que pueda ocurrir.
Jimmy Morales, como cualquier político en la cúspide del poder, corre el riesgo de ser atacado por el síndrome de hubris. Por lo que debe estar muy atento a la voz del pueblo para escuchar lo que se dice de él. Lo mejor que podría hacer el presidente es leer la prensa a primera hora del día y enterarse de primera mano, sin filtro alguno, sobre la percepción que provoca en la opinión pública, leer las noticias, cuál es el sentir de la gente, sus necesidades, etc. Una persona en el poder y que tiene entendimiento no se hace rodear de un grupo de aduladores que le hacen creer que todo está bien.
Un verdadero estadista es inteligente y humilde, se mantiene con los pies en la tierra, por lo cual nunca pierde el contacto con la gente humilde, hace visitas periódicas a las comunidades y se sienta a charlar con las personas, va a un mercado a tomar un atol platicando con su gente, sabe escuchar e intuir qué es lo que se necesita y en qué forma puede ayudar. Siempre está actualizado de lo que ocurre en su país, no porque se lo cuenten sus asesores, sino porque lo ha visto con sus propios ojos. El saber escuchar, la humildad y la vocación de servicio, son las actitudes contrarias al síndrome de hurbis, por lo que, para evitar caer en esta afección, hay que vacunarse con una dosis triple. Ojalá Jimmy Morales tenga a bien leer mi columna y examinarse a sí mismo, para ver si ya se está contagiando de este mal del poder.
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