Estampa navideña
EL MERCADO NAVIDEÑO del Roosevelt nunca cierra y lo invade el perenne humo de la leña que se quema en las improvisadas cocinas; humo que invade los pulmones, humo que hace llorar, humo que causa enfisema. Al fondo, doña Francisca, una galana kaqchikel, dormita con un perraje que le cubre la mitad del rostro, mientras cuida una venta de angelitos de mimbre y tusa que no encuentran compradores. A su lado, el aserrín de colores brinca de canasto en canasto; rojo, azul, amarillo y verde se entremezclan con el turquesa que sirve para hacer los ríos del nacimiento, mientras más allá los gallitos, chichitas y limas compiten con los hilos de manzanilla que ya comienzan el ritual de la maduración y descomposición.
HUELE A BOSQUE NUBOSO de donde vienen las ramillas arrancadas al pinabete que son clavadas en un palo para formar un árbol de Navidad. Especie en peligro de extinción crucificada para ornamento temporal. Huele a tierra húmeda del musgo desraizado de áreas frías y húmedas del Altiplano y que tarda hasta ocho años en regenerarse. El pino regala su intenso y oloroso verde en forma de gusano para adornar salones de baile; pino desmenuzado que sirve de alfombra para danzar hasta el amanecer.
EL VERDE SE EXTIENDE en las hojas de pacaya para adornar las paredes descoloridas y que se combina con el intenso rojo de las pascuas que recuerdan los colores emblemáticos de la serpiente emplumada. Oh, Kukulkán, Quetzalcoatl, Q’uk’umatz sagrado, que representa la dualidad de dios y hombre de la mitología mesoamericana, espiritualidad, luz, sabiduría, fertilidad, conocimiento y germinación, que se entrelaza con el dios cristiano para dar vida a los festejos del solsticio de diciembre y la natividad cristiana —el sincretismo en su más pura expresión— en medio del sonido de chinchines, pitos, del tututecutú de la caparazón de la tortuga y el olor a incienso y mirra y ponche y tamal y abrazos que invade la navidad chapina.
@hshetemul