LA ERA DEL FAUNO
Híper pobres
Dice un relato hindú que la Verdad es una vieja que anda por ahí desnuda. Las personas de buenas conciencias la miran con desprecio, voltean la mirada, se cambian de acera o se tapan la nariz. La prefieren, dice, vestida con parábolas, que son la Verdad misma solo que con ropa y joyas.
Pero así sea emperifollada tras una vitrina o desnuda, la verdad es que nuestro país va camino a la absoluta miseria. Hay una pobreza que se disfraza con la fantasía de los malls, los muchos autos polarizados y los residenciales encerrados entre muros de hostilidad. Todo eso, que también es miseria, se arguye como prueba de prosperidad en un país que se las da de norteamericano, aun cuando muera de hambre. Algunos pregonan que, a pesar de la pobreza, somos trabajadores, devotos de Dios, caritativos. Qué más queremos. Dicen que es pobre el que quiere, que para todos se dan las mismas oportunidades, como si esos que tal mentira pregonan no fueran los mismos que fomentan la desigualdad social y explotan a sus trabajadores con horarios infrahumanos, bajos salarios y regímenes milicianos.
La pobreza extrema suele ser vista como objeto de propaganda política o desde una perspectiva bucólica empresarial, como un paisaje para experimentar el pícnic altruista repartidor de sobras. De esa realidad se hacen postales y de la necesidad se hace publicidad. Un ejemplo vergonzante, desde el gobierno, fue protagonizado por Otto Pérez cuando llevó aquello a extremos insospechados. Un día de 2012 descendió de un helicóptero y se introdujo en una aldea de Jocotán, Chiquimula. Anduvo a caballo, compungió su rostro, se quedó a dormir dos noches con una familia muy pobre. Durante el día cargó leña, sacó agua de un pozo; se tomó muchas fotos, claro, y emergió diciendo que las condiciones en las que vivían los pobres no eran “las adecuadas”.
Aquel acto de humor grotesco contó con el papel estelar de Roxana Baldetti, por entonces vicepresidenta. Lágrimas rodaron por su mejilla luego de convivir y cargar un tanate, limpiar frijol y echar unas tortillas al comal en la aldea Los Izotes, Jalapa. La portada del 30 de abril de aquel año, del diario de Centro América, declaraba: “Satisfacción total tras convivencia con los más pobres”.
Cuánta insolencia. Unos tuvieron —y otros tienen— la oportunidad de disminuir la pobreza, mas prefirieron robar. Ahora resulta que la exministra de Educación, Cynthia del Águila, no solo descuartizó la carrera magisterial, sino cabría la posibilidad de que en su gestión hayan sido comprados los lapiceros más caros de nuestra historia, por un valor, cada uno, de casi dos salarios de pobre.
Los resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2014 indican que más de la mitad de los guatemaltecos vive con menos de Q10,218 al año. Más de nueve millones de personas sobreviven debajo de la línea de pobreza. Tras la publicación, los sectores de siempre cuestionan esos resultados; aseguran que los pobres son menos, pues hubo más inversión; creen que la pobreza descendería si se escribiera, simplemente, que ha descendido. Y es que además hay una pobreza intelectual extrema, directamente proporcional a la riqueza mal habida.