FAMILIAS EN PAZ
Indiferencia que mata
Una realidad vergonzosa y destructiva en nuestra sociedad es el abuso infantil; uno de los peores delitos se puede cometer contra víctimas inocentes e indefensas.
Abuso es toda acción u omisión por parte de cualquier persona que dañe la integridad física, psicológica, sexual y espiritual del menor, afectándole su capacidad de confiar y amar, no solo a sí mismo, sino a los demás.
Históricamente es el grupo más vulnerable de la sociedad. De acuerdo con la Unicef sufren maltrato, abuso sexual, explotación laboral, abandono, rapto, venta, reclutamiento y envío a misiones peligrosas en conflictos armados. Solo en Guatemala, de acuerdo con un informe de la PDH publicado por la agencia ACAN-EFE, de enero a agosto del 2014 se registraron tres mil 645 casos de abuso sexual infantil. 90% de las víctimas eran niñas entre 1 hasta 17 años de edad, y de este grupo el 13.47% tenían 14 años de edad, y 27.90% eran menores de 10. Algo está mal en nosotros, si no somos capaces de alarmarnos antes estas cifras.
Algunos factores que provocan al agresor son: antecedentes de abuso o maltrato en su infancia, disfunciones familiares, desórdenes de personalidad, depresión, frustración, ansiedad o incapacidad de manejar los conflictos. Otros son circunstanciales como el desempleo, la pobreza extrema y el hacinamiento. Pero los más determinantes, desde nuestro punto de vista, son los inherentes a la moralidad, tales como: la promiscuidad, la obscenidad, la pornografía, la sensualidad y la lujuria. Ninguno de ellos justifica tal abuso.
Se trata de un problema que requiere de soluciones integrales buscando proteger al menor. En este sentido, todas las instituciones que participan en su desarrollo: familia, escuela, iglesia y medios de comunicación son llamadas a asumir un rol determinante para prevenir mediante la capacitación e instrucción a los padres en la adecuada formación y cuidado de los niños, denunciando cualquier abuso hacia algún menor. El Gobierno, por su lado, mediante la aplicación de justicia pronta e imparcial, así como la implementación de programas tendientes a reducir los factores circunstanciales.
Desde la perspectiva cristiana, los niños y las niñas no son un estorbo, sino personas con la imagen y semejanza de Dios. La importancia de su cuidado y protección se hace evidente en la siguiente ilustración: “Al que haga tropezar a algún pequeño, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino y que se ahogara en lo profundo del mar”.
Es un asunto serio que interpela nuestra fe. Como adultos, nuestro deber es proteger y defender los derechos de los más vulnerables. Martin Luther King dijo: “Estamos llamados a hablar por los débiles, por los que no tienen voz, por las víctimas de nuestro país”.
Los niños experimentan el amor de Dios a través del respeto y cuidado que como adultos les brindamos; nuestro silencio e indiferencia los condena al sufrimiento.
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