Inequidad estructural

Samuel Pérez Attias

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Los beneficios financieros por los intereses obtenidos, por las rentas de las propiedades y por las utilidades recibidas como dividendos de las industrias agrícolas (azúcar, café, pollo, granos básicos, fertilizantes) y sus derivados manufacturados (cemento, construcción, licores, frituras) y algunos servicios (hoteles e inmobiliarias), son la principal forma de seguir reproduciendo sus ingresos.

Las barreras a potenciales competidores son impuestas desde las prácticas llamadas mercantilistas (captura del Estado), hasta las barreras que el resto de pequeños y medianos empresarios/as enfrentan frente a los altos costos de operación (además de la burocracia y las trabas del sector público) que frenan el emprendimiento individual y el entrar a competir con equidad. Las grandes empresas que controlan materia prima estratégica y tienen economías de escala y lealtad de los consumidores de todo el Istmo operan con fluidez y confianza en las industrias que dominan. Pueden patrocinar desde eventos deportivos y de motocross hasta proyectos educativos, de salud y ambientales con el objetivo doble de eludir impuestos y posicionar su marca.

Se ha llegado al punto en Guatemala que para poder realizar un evento de beneficio social o colectivo se necesita pedir apoyo de “gentiles patrocinadores” —que generalmente son los mismos— siempre y cuando los eventos no riñan con su agenda filantrópica acorde a sus intereses. Eso sí, el logotipo de dichas empresas debe imponerse en el póster o manta promocional. Esto limita la competencia, pues un pequeño empresario que inicia su negocio difícilmente podrá introducir en su ecuación productiva el patrocinio de trofeos o conciertos de artistas extranjeros pasados de moda. Los pueblos en el interior del país parecen territorio dominado por compañías oligopólicas de celulares, de gaseosas o de cerveza, si es que un pequeño grupo religioso no les ha ganado el espacio en la pared para proclamar de quién es Guatemala.

En el otro extremo, los dos quintiles con menos ingresos (es decir, unos cuatro millones de adultos chapines) —no representa el mismo número de ultra ricos que se concentran en menos del último quintil—, tiene el problema de vivir con menos de US$2 al día, y allí es donde el problema crece.

Con pocas excepciones, nacer en esas familias es prácticamente vivir condenado a crecer, reproducirse y morir pobre. Barreras como el limitado acceso a capital humano, financiero y a activos productivos incrementan el problema. El Estado tiene serias deficiencias para dotar de herramientas a la población más vulnerable que les permita competir en condiciones más equitativas que sus pares que nacieron más cerca de áreas urbanas, o de personas con condiciones privilegiadas (hombres, ladinos o criollos, de áreas urbanas con educación formal privada)…

Samperez1@gmail.com

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