TIEMPO Y DESTINO

La mezcla religiosa en la propaganda política

Luis Morales Chúa

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La invocación de sentimientos religiosos para obtener votos políticos se ha hecho parte programática de partidos conservadores derechistas y el procedimiento usado es unir las palabras Dios, Patria y Libertad con fines proselitistas.

En Latinoamérica su origen se remonta a 1911 con la fundación del Partido Católico Nacional. Las tres palabras formaron el lema de esa organización, y de otras de tendencia conservadora, que se arrogaron la representación de la Iglesia católica en varias naciones, incluida España, contrariando el sentido de las grandes encíclicas sociales de la Iglesia.

En Guatemala el lema apareció en 1954 con el Movimiento de Liberación Nacional, que contó con la simpatía y apoyo del Arzobispado (el arzobispo fue nombrado su capitán general) y después de la cancelación del MLN el lema fue adoptado por el Partido Unionista, fundado por Álvaro Arzú.

Ese mismo lema fue colocado en una la pared del salón de sesiones del pleno del Congreso de Guatemala, cuando principió a ser dominado por partidos anticomunistas, en 1954, y allí permaneció durante muchos años. Y en cualquiera otra parte donde se le vea, debe entenderse como una adhesión de hecho, no de Derecho, al catolicismo que ha predominado en los pueblos colonizados por España desde hace más de quinientos años.

En nuestros días El Vaticano ha exhortado a los feligreses a participar activamente en política, pero prohíbe que los sacerdotes asuman cargos en los partidos o que se incorporen a esas entidades como afiliados, haciendo la salvedad, además, de que esos partidos con orientación católica de ningún modo deben ser considerados “representantes” de la Iglesia.

El catolicismo desde principios del siglo pasado ha comenzado a disminuir por influencia en la población de corrientes cristianas no católicas y por el crecimiento de movimientos políticos laicos. Añádase a ello que algunos partidos como la democracia cristiana —movimiento político nacido en la biblioteca de El Vaticano—, han tenido auges y caídas de gran significación. En Guatemala ese partido fue oficialmente cancelado y borrado de la lista del Tribunal Supremo Electoral. Y el desarrollo moderno de partidos evangélicos ha tenido un éxito político fenomenal, pero efímero. En 1982 asumió la Presidencia de la República el general Efraín Ríos Montt, impulsor del protestantismo; su Gobierno duró apenas un año; en agosto de 1983 fue derrocado por un movimiento militar encabezado por su ministro de la Defensa. Años más tarde, Ríos Montt sería procesado por genocidio.

En 1991 fue electo presidente Jorge Serrano Elías, miembro de la iglesia evangélica Elim, dio un golpe de Estado en junio de 1993, acción revertida rápidamente por el ministro de la Defensa y Serrano fue enviado al exilio. Finalmente menciono a Harold Caballeros, ministro evangélico que intentó ser presidente en 2011 pero solo recibió el 6.5% de votos.

Mas, los tiempos cambian. En Costa Rica, el Tribunal Supremo de Elecciones el 6 de marzo pasado “condenó al pago de costas, daños y perjuicios a la Iglesia Católica y a la Federación Alianza Evangélica Costarricense por haber dado orientaciones pastorales con motivo de las elecciones presidenciales del 4 de febrero. La invocación de motivos religiosos en la propaganda política está prohibida en la Constitución y en el Código Electoral de Costa Rica. En Guatemala, por el contrario, el impacto de las religiones en política crece, y lo malo, o lo bueno (según el cristal con que se vea), es que aquí no ha producido líderes de larga duración.

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