LA ERA DEL FAUNO
La publicidad destruye o construye
Hará unos 10 años, una empresa de comida en Estados Unidos tuvo la perversa idea de lanzar una luz al cielo —como lo hacen los personajes de Batman cuando piden su auxilio— para reflejar en noches de luna llena su marca comercial. Tan descabellada invasión fue rechazada.
Los malos publicistas son cómplices de la miseria social; son el hilo que enhebra a la persona con el endeudamiento; contribuyen a la flacidez racional y al aletargamiento comunitario. No sería extraño que al crear sus guiones, algunos piensen, para sus adentros: “es lo que el pueblo quiere”, “no importa si lleva un mensaje mentiroso, el anuncio es un éxito”. Y es que muchos creativos —definitivamente, no todos, claro— piensan con egoísmo en su ilimitada creatividad, en lo que a ellos les gusta y pueden ver solo desde su propia perspectiva, que no siempre goza de gran alcance; les atrae lo que truene y pegue, no lo que la sociedad merece.
La publicidad es una profesión de gran estatura que puede proponer lenguajes diversos, edificantes en la construcción social. Cuando se piensa en un país como el nuestro, que aprende poco a poco a reclamar sus derechos y que tiene noción de su abominable realidad política; cuando se piensa en un país que trata de despertar, no es menos importante la labor de un publicista que la de un sociólogo o un antropólogo. La diversidad profesional es muy amplia como para detenernos a observar sus convergencias y divergencias, pero es evidente que hay una corresponsabilidad publicitaria en los procesos sociales, que da su piochazo de construcción o de destrucción.
Mientras se sigan recalentando mensajes para el consumo masivo; mientras se siga banalizando el habla, distorsionando la imagen del país, del guatemalteco y de su condición humana; mientras se siga reflejando en los anuncios la simpleza de vivir, poco podrán alegar las agencias de publicidad y sus creativos en contra de los diputados más corruptos o los abogados transas, porque harán lo mismo: falsear la realidad.
A la trivialidad se suma el acoso. Si usted tiene un teléfono tarjetero, por ejemplo, recibirá tercas invitaciones para integrar clubes de amigos o ganar premios. Todo es gratis, por solo Q2.50. “Envía tu mensajito, no te quedes sin participar”; “Pon a bailar a tus amigos con los nuevos backtones”; “Aprovecha el 2X1”, “Eres Especial” (sic).
La sociedad, así bombardeada, se acostumbra. La moda publicitaria radial incluye conversaciones entre comadres que prefieren tal o cual salchicha. Dos hombres hablan de la “loteriya”. Una señora canta porque complacerá a su marido e hijos con los nuevos frijolitos. Si bien es cierto que la propaganda electoral es un polvo publicitario asfixiante cernido sobre el país cada cuatro años —ahora, permanentemente—, ese polvillo tóxico es apenas el diente de oro que corona una totalidad atosigante, machista, mentirosa. Los anuncios pueden ser una invitación a consumir algo que nos agrade o convenga, pero también anzuelos tirados sobre una masa, esto es lo que abunda.
Algunos creativos podrían diseñar anuncios más realistas e inteligentes, pero se conforman con poca cosa porque quienes los contratan, a menudo solo les importa volver pegajoso un anuncio. Y algunas agencias recomiendan a sus clientes en qué medios de comunicación les conviene anunciarse, pero su sugerencia se basa en la comisión por venta que reciben. A más alta comisión, qué casualidad, mejor ubicado en la mente de los consumidores se encuentra. Eso también es corrupción, es fabricar monstruos, es falsear la realidad de un país que va por las calles exigiendo el respeto a sus derechos.
@juanlemus9