ALEPH
Lentamente, estamos cambiando el chip
Lo bueno es que hay avances en el ámbito de la justicia especializada para las mujeres; que más mujeres hablan y con mayor propiedad cada vez; y que hay mayor participación femenina en lo público. Lo malo, es que en Guatemala, llegamos a mediados de noviembre del 2016 con 1,161 femicidios (datos MP), una cifra obscena. Más de 5 mil niñas entre 10 y 14 años quedan embarazadas cada año, producto de una violación que, en el 89% de los casos, ha cometido un hombre cercano a ellas. En muchos pueblos guatemaltecos, las mujeres siguen comiendo de último y trabajando 18 horas al día. De manera general, los salarios de ellas siguen siendo menores o inexistentes con relación a los de compañeros que realizan el mismo trabajo (como en las fincas), y las “empleadas domésticas” siguen siendo la cola de la cola de un orden que se levanta sobre los hombros de millones de mujeres.
Claro que no les pasa a todas lo mismo, porque en nuestras sociedades sucede también lo que la historiadora inglesa Mary Beard describe de otro tiempo: “La diferencia más importante entre las mujeres de la Atenas y la Roma clásicas es que las de la élite tenían mucha más libertad de movimiento e independencia en Roma. Tenían cierto control sobre su propiedad y eran socialmente visibles. Los hombres y las mujeres, por ejemplo, comían juntos y las mujeres financiaron algunos de los edificios más grandes en la ciudad de Pompeya. No debemos exagerar su poder. No tenían derechos políticos formales en el sentido de votar o desempeñar cargos en ningún lugar del mundo antiguo. Pero las mujeres de la élite romana tenían una “existencia social” que resultaba desconocida para las mujeres de la Atenas clásica, que eran más o menos segregadas y estaban encerradas.”
¿Cómo se cambia un orden social si las ideas que lo siguen definiendo son del siglo IV antes de Cristo? ¿Cómo cambiamos la manera de pensar y actuar si la filosofía de la Antigua Grecia sigue siendo rectora en los “centros de pensamiento” donde se forman las nuevas generaciones? Aquella democracia ateniense “funcionaba”, porque tres cuartas partes de la sociedad vivían en esclavitud para que la clase que tenía el poder político pudiera pensar, actuar y vivir sin mayor esfuerzo. Por supuesto, las mujeres del pueblo eran consideradas, en ese orden, menos que humanas. Que arda Troya, con todo y su Elena, por decirlo.
Han pasado 25 siglos y el orden de amos y esclavos defendido por Aristóteles sigue norteando en mucho la manera de relacionarnos en sociedad. Hay que leer las guerras que ha vivido la humanidad desde entonces, para hallar que los cuerpos de las mujeres eran y siguen siendo el lugar perfecto donde se vence al enemigo. Si no que lo digan las mujeres de Sepur Zarco. Hay que observar la pintura de Boulanger (El mercado de los esclavos/1888) y las fotografías que retratan hoy la esclavitud moderna, para entender que hay cuerpos que siguen siendo minorizados y violentados en un orden patriarcal que así los pide. Para nuestra buena suerte, siempre ha habido mujeres y hombres que lo han cuestionado e intentado cambiar de raíz; desde hace tres siglos, con más fuerza aún, las feministas y algunos hombres solidarios.
Hoy, muchas y muchos jóvenes se autonombran feministas sin problema alguno, pero eso le costó a millones de mujeres antes en todo el mundo la descalificación, la marginación, la burla, la violencia y el acoso. Incluso, como a Olympia de Gouges en plena Revolución Francesa, la muerte. En la convivencia diaria con niñas y adolescentes que han vivido todas las violencias imaginables de parte de este Estado que sigue funcionando en mucho como hace 25 siglos, he aprendido que el chip del viejo orden sigue allí, en la memoria celular de seres domesticados que se resisten a pensar y amar en serio. Nosotras, seguimos caminando…