PERSISTENCIA

Lo apolíneo de la máscara

Margarita Carrera

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Comúnmente se cree que con la palabra trágico, se designa cualquier hecho de sangre, cualquier violencia que mutila o da muerte al ser humano; en fin, cualquier barbarie que el hombre comete contra el hombre, o alguna deplorable y horrenda desgracia que este sufre.

Ello, de acuerdo con el espíritu griego creador de lo trágico y de la tragedia, no es acertado.

Lo trágico se circunscribe a determinados crímenes, que no a todos los crímenes. Oigamos a Aristóteles en su Arte poética: “Si el enemigo matare al enemigo, no causa lástima, ni haciéndolo, ni estando a punto de hacerlo, sino en cuanto al natural sentimiento; ni tampoco si se mataran los neutrales. Mas lo que se ha de mirar es cuando las atrocidades se cometen entre personas amigas, como si el hermano mata o quiere matar al hermano, o el hijo al padre o a la madre, o hace otra fechoría semejante…” Lo trágico en sí encierra la violencia —o incesto— ejercida en contra de los más íntimos familiares. De este modo, Clitemnestra murió a manos de su hijo Orestes, Medea mata con sus manos a sus propios hijos, Edipo —víctima del destino— da muerte a su padre y luego se casa con su madre procreando cuatro hijos malditos. Y las tragedias griegas se reducen a pocos linajes, ya que se ven obligadas a recurrir a las familias egregias, en donde acontecieron estos hechos atroces.

El horror más impactante en el humano se da cuando este comete o ve cometer este tipo de crímenes en el que hay profundos lazos consanguíneos.

La tragedia griega se refiere a esta especie de crímenes. Pero hay otro dato no menos importante: estos crímenes se cometen no a sangre fría, sino bajo los efectos de la ignorancia fatal —en el caso de Edipo—, o bien bajo el efecto de una pasión incontrolable —en el caso de Medea—. También pueden cometerse en cumplimiento de una ley inexorable creada por el griego en la época heroica. Es el caso de Orestes, quien a pesar de no querer matar a su madre, ha de matarla, pues solo el —hijo varón— puede hacer justicia a la muerte de su padre Agamenón, asesinado por su madre Clitemnestra y Egisto, su amante.

¿Cómo penetrar en estos horrores? Nietzsche se acerca a la respuesta: la tragedia griega, como arte, como apariencia, detrás de la belleza del lenguaje, de la música, de la danza valiéndose de la imagen, que consiste en calmar la noche del horror humano por medio de “lo apolíneo de la máscara”, nos conduce a lo más tenebroso que oculta el alma del hombre, pero suavizado por el efecto de la “apariencia”, suavizado por el arte. Solo así fue que la mirada del griego pudo acercarse a verdades prohibidas. Y así como la mirada que si quiere dirigirse directa al Sol ha de verse cubierta por una especie de velo que la salve de la ceguera, algo semejante a este velo será el arte trágico de los griegos cuando estos se aproximan al fuego de la verdad prohibida —que yo llamaría del deseo prohibido, oculto en el inconsciente—.

De todas formas, Nietzsche nos habla de “la superficie” o de la “apariencia” apolínea, que obra a manera de velo benefactor para que el griego pueda gozar del espectáculo dramático y salvarse del horror: “Todo lo que aflora a la superficie en la parte apolínea de la tragedia griega, en el diálogo, ofrece un aspecto sencillo, transparente, bello…”

Se debe tener en cuenta, además, que los personajes de la tragedia son seres excepcionales. Dicho por Aristóteles, la tragedia ha “de ser una imitación razonada de sujetos ilustres”, o la “imitación de las personas más señaladas”. Se ha de imitar, pues, a los mejores —“Aristos”, en griego, significa el mejor—. En este sentido ha de ser “aristocrática”. Como paradigma está Edipo, el mejor de los hombres, el más honrado y justo, el más bueno y excelso; también, y por ello mismo, el más desdichado. El personaje trágico no tiene únicamente nobleza por su sangre, sino por la fortaleza y grandeza de su espíritu. Todo esto nos señala la plenitud, el vigor y la magnitud del pueblo griego.

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