PERSISTENCIA

Los apóstatas

Margarita Carrera

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Por “dar el salto” entiende Hesse “el poder liberarse, el hacer algo en serio…” se trata de pensar o actuar de manera categóricamente diferente a lo establecido, de tomar decisiones que han de cambiar el rumbo del propio destino y, en gran parte, el rumbo del destino de los demás.

Y aquel que da el audaz salto en su manera de pensar y de actuar —lo cual lo lleva a ser diferente o, más bien, a poder ser él mismo—, es a nuestro entender, siempre un apóstata: del bien o del mal.

Porque el apóstata se rebela contra un orden —moral, religioso, político, social— impuesto.

El apóstata, de todas formas, es un ser inconforme que sabe pensar y crear, que no teme oponerse y proponerse, que es capaz de dar la vida con tal de no renegar de sus propias y desafiantes convicciones. Que de palabra y obra contradice las leyes bajo las cuales ha nacido. Que lo gobierna el amor supremo o la ira. Que se ha impuesto no recibir órdenes arbitrarias de una sociedad que él cuestiona implacable y a la que se opone radicalmente, en mortal enjuiciamiento.

Entre otros apóstatas podríamos mencionar a Sócrates y a Giordano Bruno. Ambos condenados a muerte por atentar en contra de la moral o el dogma narcisistamente establecidos en sus respectivas épocas. Condenados, pues, de acuerdo con la moral pagana o cristiana, por herejes. Pues el apóstata o hereje no se da tan solo en el mundo cristiano, también en el pagano.

Los apóstatas surgen en cualquier tiempo y en cualquier lugar. Son los clarividentes de una sociedad cuyos valores empiezan a desmoronarse. Son sus testigos, sus mártires.

En la era cristiana destacamos —en Literatura y Psicoanálisis— a tres apóstatas que con sus nuevas concepciones científicas acometen en contra de los valores establecidos por una sociedad temerosa: Galileo, por confirmar la teoría de Copérnico de que no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra y que, por tanto, esta deja de ser el centro del Universo. Darwin, por alcanzar su teoría sobre la evolución de las especies, llegando a la conclusión dramática de que el hombre tiene origen animal y no divino. Freud, por asegurar que la base de nuestra civilización está en la represión sexual y descubrir el insólito e insoportable mundo del inconsciente, que aterroriza y desconcierta; aún más, indigna por tocar las fibras más profundas de nuestro narcisismo.

—Y no mencionamos a Lenin ni a Marx, al lado de estos tres inmensos apóstatas, porque con sus teorías socioeconómicas de índole más moral que científica, no agreden en ningún aspecto el natural narcisismo de los humanos. Todo lo contrario. Sus herejías son menos atrevidas, pues (aunque provoquen guerras y revoluciones) no conducen al hombre a la confrontación de sus detestables y temibles conflictos internos—.

Jamás se logra exterminar a los apóstatas, como jamás se detiene el curso de la historia. Son la negación del rebaño, la afirmación del individuo que en su entrega deviene en persona. Sin embargo, ellos mismos pueden crear rebaños. Aún después de muertos. Más que todo, después de muertos.

Su valor consiste en contradecir y negar de lo establecido para proponer una nueva gama de valores o antivalores. Más que amigos tiene enemigos o bien, fieles seguidores; y su soledad es inmensa. Tan inmensa como su libertad. Tan dramática.

No proliferan. Tampoco la especie humana necesita la proliferación de tales seres. Uno cada mil años es capaz de trastornar el mundo.

“De todas maneras —como dice Hesse— hicieron algo, concluyeron algo…” Se definieron, se identificaron con coraje; saltaron inexpugnables barreras del espíritu humano.

margaritacarrera1@gmail.com

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