DE MIS NOTAS

Los ciudadanos en tiempos del cólera

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Aquel sábado pasado se prendió un switch, un interruptor de conciencia social que estaba en off, silenciado por la rutina de lo mismo de siempre y la desidia del hartazgo.

Hoy una luz de ciudadanía encendida está comenzando a alumbrar el camino a múltiples grupos de chapines de una diversidad portentosa.

“Ser habitante o ser ciudadano”, decía Moisés Naim, en una de sus conferencias en Guatemala.

Habitante puede ser cualquiera, ciudadano requiere ciertas cualidades. El primero es un mero espectador de su entorno, en el cual vive y se desarrolla ocupándose de sus cosas.

El ciudadano en cambio tiene conciencia de sus deberes cívicos y los ejerce con conciencia y compromiso, aun sin necesariamente participar en el gobierno. Su participación es cívica. Se involucra, protesta pacíficamente sin dañar el derecho ajeno, sugiere, da de su tiempo, critica constructivamente, busca el bien común, vota con conciencia cívica, no se deja comprar con espejitos, se organiza para mejorar su barrio, su colonia, su departamento, su país.

No son pocos los que han dicho en la historia que para evitar la degeneración de la sociedad solo basta que los hombres de bien se crucen de brazos y no hagan nada.

Hoy hay posibilidad de levantar la vela y dejar que ese viento cívico nos empuje hacia otro puerto.

El viento envía un mensaje claro y contundente a la clase política, a los candidatos, a los gobernantes, a los servidores públicos, a los jueces, a los policías, a los fiscales —¡que se acabó la fiesta y que ahora habrá ciudadanos “activados” patrullando con ojo crítico y espíritu presto toda la gestión pública! Que la fórmula del atol con el dedo se replantea y ahora es el dedo ciudadano el localizador de los atoleros!—.

Cito a Moisés Naim:

“En todos los casos —e independientemente de los detalles— el diagnóstico básico es que estamos condenados a ser como somos hoy por factores profundamente arraigados en nuestra naturaleza y sobre los cuales es poco lo que puede hacer un ciudadano común.

Es en efecto una actitud que tiene ciertos parecidos a la de un experto extranjero que viene de visita, observa, opina y se va, puesto que esa no es ni su cultura ni su país”.

La apatía es el útero en donde se gesta la indiferencia y el distanciamiento entre “lo mío y lo colectivo”.

La criatura que se concibe es ajena a su entorno, no observa con conciencia sino a distancia. Vive en la comodidad de la burbuja. Lo transmite a sus amigos, familiares, grupos.

Al final hacerse el loco te atrapa en medio de un tsunami y no sabes ni lo que es un tsunami ni el papel que debes jugar en él, que es más que aferrarse a una palmera para evitar que te arrastre la marea hacia el fondo de la nada.

Martín Niemoller, un pastor luterano que vivió en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, escribió: “Primero, vinieron por los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista. Después, vinieron por los judíos y tampoco dije nada; yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. También vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era luterano. Después, vinieron por mí… Y, ya no quedaba nadie que pudiese decir algo por mí. Como se imaginarán, el pastor Niemoller terminó en un campo de concentración”.

Estamos justo en el momento de la inflexión. Todo puede cambiar…

alfredkalt@gmail.com

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.