TIEMPO Y DESTINO
Los partidos viejos se están muriendo
La frase lapidaria que encabeza este comentario pertenece al político francés Manuel Valls, un reciente renegado del Partido Socialista en el cual estuvo militando desde los 17 años de edad y ahora se retira de su viejo hogar político porque no le ha respaldado en sus aspiraciones para ser candidato presidencial.
La expresión completa es “Los viejos partidos están muriendo o están muertos” y en alusión directa al Partido Socialista francés lo sepulta: “Está muerto”, ha dicho.
Su resentimiento es claro. Le dedicó al PSF todo su tiempo y su capacidad organizativa y como premio fue llevado en andas a un alto cargo público de Francia. Fue primer ministro en el actual Gobierno socialista y se destacó como uno de los más conservadores en la línea de ese partido. En diciembre de 2016 renunció a sus funciones oficiales para intentar obtener la candidatura presidencial, sin haber podido conseguirla. Fue derrotado por otro de sus rivales internos y ahora Valls trata de incorporarse al partido República en Marcha nacido hace apenas un año y que ha ganado las elecciones presidenciales esplendorosamente con un 66 por ciento de los votos.
Si Valls hubiese sido el candidato del gobernante Partido Socialista habría fracasado estrepitosamente porque ese partido apenas obtuvo un 6 por ciento de los votos en la primera vuelta y por lo tanto quedó fuera de la segunda. Y abandonadas por de pronto sus aspiraciones presidenciales, Valls ha intentado incorporarse al novedoso y triunfador partido Francia en Marcha, y se ha movido para lanzarse como candidato a diputado, por el partido ganador; pero, el fundador de esta agrupación ha dicho que no desea remozar figuras políticas del pasado, sin dejar de reconocer el valor de la experiencia.
Lo sucedido electoralmente en Francia se parece algo o mucho a lo que sucede en otros países. Hay un agotamiento de la paciencia del electorado con partidos que, una vez conquistado el poder, no se interesan concienzudamente por resolver los problemas nacionales; problemas que, por supuesto, son distintos en los países altamente desarrollados como Francia y los del tercer mundo, como los centroamericanos.
Sin embargo, aquí también hay un cansancio no solo del electorado, sino de toda la sociedad con el sistema imperante de partidos políticos. No importa quién sea el presidente de la República y sus ministros, ni la forma en que esté integrado el Organismo Legislativo, los grandes problemas siguen sin solución. Y algunos se crecen.
Ese ha sido el mensaje de las manifestaciones cívicas que se registraron en Guatemala en abril de 1915 y que seguramente habrán de repetirse en un futuro cercano.
Una de las grandes diferencias entre la situación política de Francia y la de Guatemala —por decir algo— es que en aquel país europeo nació la institucionalidad de los derechos humanos, en tanto que Guatemala ha sido la tumba de esos derechos. Otra es que la población francesa en los niveles de pobreza es del 6 por ciento, y la población guatemalteca pobre alcanza el 80 por ciento. Finalmente, para no alargar la comparación, bueno es recordar que los partidos políticos franceses están mejor organizados, tienen un programa básico de Gobierno, y definen con claridad sus ideologías. Aquí no sucede eso.
De todas maneras no parece correcta la idea de que los partidos políticos tradicionales estén de capa caída en todos los países. Hay algunos en la misma Europa que gozan de buena salud y parecen estar destinados a vivir siempre, en el poder o fuera de él.
En Guatemala los partidos políticos son nuevos o relativamente nuevos. El problema es que son un reciclaje de los viejos partidos, solo que con banderitas y nombres distintos.
Nada sorprendente sería entonces que cuando menos lo pensemos un movimiento como el surgido en Francia estremezca al sistema político nuestro.