Las malas palabras

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Unos ven el mundo desde una burbuja; otros trabajan todo el día y llegan a su casa cada noche sin ganas de revisar un periódico y menos leer un libro de realidad nacional; muchos están excluidos del conocimiento; y otros viven enajenados entre la doctrina, el alcohol y todo aquello que signifique estar in. Por supuesto, también están aquellos que hacen como que no ven y tienen el poder para mantener funcionando el statu quo, por diversas vías, ya sean las políticas, las del capital o las del dogma.

Se piensa que cuando se denuncian constantemente los problemas de una sociedad como la nuestra, es pesimismo. Yo diría que no es pesimismo, sino que es optimismo informado. Leyendo un poco a la Guatemala de hoy, diría que estamos en una crisis profunda que ya lleva tiempo y que los que algo hacemos por cambiar mínimamente nuestra realidad lo hacemos desde la esperanza, pero no con los ojos cerrados. Entiendo que sea más sencillo y menos agotador tomarse un par de tragos o negar lo que vemos que entrarle de frente a una realidad que no sabemos ni por dónde comenzar a cambiar.

¿Qué ha cambiado de fondo en la Guatemala de los últimos cuarenta años? ¿Hay menos corrupción, desnutrición, impunidad, violencia, abuso o exclusión? ¿Estamos menos militarizados y somos más prósperos todos? ¿Se vive con más dignidad? Una persona que debe salir de su casa a las 4 de la mañana para ir a su trabajo y es asaltada en el bus por lo menos dos veces en un año, ¿cómo llega a su trabajo? ¿Y la que tiene que enfrentar un tráfico de dos horas? ¿A esto le llamamos desarrollo? Tenemos un crecimiento demográfico que va en sentido contrario a nuestra realidad y todo apunta a que, de seguir así, dentro de 10 años seremos 25 millones de personas viviendo en una guatemalita de 108 mil km2. Tenemos un millón de vehículos circulando y un sistema de transporte público que aún deja mucho que desear. El desempleo asusta, la economía informal crece y solo el año pasado las cifras “oficiales” hablaron de 60 mil niñas y adolescentes violadas y embarazadas.

Esto no alegraría a nadie en su sano juicio. Y menos en un contexto tan monolítico como el guatemalteco, donde de pronto la mayoría de medios recoge opiniones casi idénticas, con variaciones que no son de fondo, y la sociedad “pensante” solo piensa en una dirección. Vuelvo a decir que aquí hay tráfico de todo, menos de ideas. E incluso donde supuestamente deben circular, lo que circula es el dogma. Digo esto último porque me acabo de enterar de que en uno de esos centros serios de investigación que llaman think tanks, las mujeres que allí trabajan no pueden llevar escotes ni tacones demasiado altos, ni manga o falda corta, como si fuera un colegio con tendencia religiosa.

Sé que tenemos medallistas olímpicos, dos premios Nobel y pedazos de paisaje natural que aún son bellos (si no están saturados de vallas publicitarias). Tenemos iniciativas como las de un techo para mi país, y muchas personas hacen cada día trabajo de hormiga donde pueden y como pueden, sorteando toda clase de obstáculos en este lugar en donde es más rentable poner una iglesia y una casa de prostitución que conseguir dinero para financiar las buenas iniciativas. Aquí no hay una visión de nación para todos y todas, tenemos un sistema de partidos políticos que más bien parece aquel juego de pirámide. Y como el poder llega a pocas manos, cuando se tiene, se abusa de él. En Guatemala pocos hablan bien de los demás, todos ven que su tajada sea la mayor y la sangre ya se volvió costumbre, porque en realidad, en este “país” las malas palabras son: amor, conciencia, ética, cuidado, justicia y solidaridad. Y las buenas costumbres mandan no pronunciarlas.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.