Por mi mamá

Kajkoj Máximo Ba Tiul

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Estos días volví a experimentar de nuevo la cercanía de la muerte. La mujer que estuvo cerca y lejos de mí, regresa a su origen. Vuelve a alimentar la Sagrada Tierra, como es el camino que todos tenemos trazado para cumplir nuestro ciclo. Vuelve al útero original.

Se cierra un ciclo y comienza el otro. No hay finales, hay principios, hay inicios, hay origen. Hay tiempos y no tiempos. Se acaba el no tiempo e inicia el tiempo. Este es el camino señalado por los abuelos y las abuelas. Es el camino de Xib’alba, el camino de Paxil y Cayalá, del Tuj.

Es el camino que siguieron Jun Junajpu y Wuqub Jun Junajpu y Junajpu e Ixb’alamke. Aunque supuestamente derrotados; dan vida. Uno de los primeros con su soplo se apodera del vientre de Ixkik, de esta concepción nacen Junajpu e Ixb’alamke y estos dejan la señal el Aj. El Aj que significa la plenitud. Pero en ambas experiencias hay una supremacía de la vida sobre la muerte. De hecho, desde esta concepción, la muerte solo tiene sentido si su futuro es la vida. De allí que la semilla de maíz para poder reproducirse tiene que germinar en el espacio más profundo de la Sagrada Tierra.

Pues así, como el tránsito que hicieron nuestros abuelos y abuelas. Hoy esa mujer que un día me diera la vida, inicia ese camino hacia su plenitud. Pasa a formar parte de todo el conjunto de estrellas que adornan el firmamento. Como aquellos 400 niños que nos narra el Popol Wuj. Ella se convierte en la guardiana permanente de mis sueños; de nuestros sueños. Ella me dirá hoy más que nunca, como siempre lo hizo, lo que debo o no hacer.

Esa mujer que un día nos enseñó esta pequeña estrofa: “Canto por no llorar, por no aumentar mi dolor, porque con este canto quiero arrancar estas penas de amor”. Ese amor de la que ella nos habló en su estrofa, no es más que la ternura y la frescura de su vida y sus sentimientos.

Dentro de nueve meses pasará a formar parte del círculo de ancianos y ancianas, que serán invocadas cuando se encienda el fuego sagrado. Dentro de nueve meses, tomará en definitiva el lugar asignado y señalado por sus nawales y sus energías.

Esa mujer es mi mamá, que ante el día Lajeb’ Keme, acepta las sabias decisiones de la naturaleza. Regresa para volver; millones y millones, que volverán a darle de comer a los animalitos, al viento, al fuego, al agua, al aire. Ella, que nos mostró el camino de Panixkalera, Panconsul, Chiwax, Rejkensal y otros lugares sagrados.

A ella no le decimos adiós, sino hasta siempre y gracias por todo, porque nos seguirá contando sus anécdotas y sus historias. Nos seguirá corrigiendo cuando nos equivoquemos, pero también nos llenará de alegría con sus poemas y sus sabios consejos.

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