Manuel José y el teatro

Margarita Carrera

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—juntamente con mi amigo el poeta Manuel José Arce— a los festejos de la Academia Mexicana de la Lengua, que cumplía su centenario.

Recién había escrito una obrita de teatro titulada El Circo. Mi amistad con Manuel José me llevó a solicitarle me hiciera un prólogo. Con la generosidad que lo caracterizaba y su gran talento, me escribió una bella introducción que me atrevo a reproducir en este artículo, no porque se trate de mi trabajo, sino por la excelencia de sus palabras y por ser inédito. Como dramaturgo y poeta que era, lo escrito es tan bello que deseo compartirlo, pues se trata —a pesar de tanto tiempo recorrido— de una pieza estupenda:

“Siempre he creído que el teatro deben escribirlo los poetas. Porque el teatro es la poesía en voz alta, colectiva, viviente. Porque el dramaturgo es un producto de la especialización, es el escritor puesto en la cadena de ensamblaje. Y, porque el teatro, desde siempre, ha sido escrito por los poetas. Una pieza teatral es el desarrollo escénico de una metáfora en cuya cifra se han puesto de acuerdo el autor, los actores y el público.

Esquilo, Sófocles, Eurípides fueron, ante todo, grandes poetas. Shakespeare, Ben Johnson, Lope, Calderón, grandes poetas ante todo. Bertolt Bretch, primero poeta que dramaturgo y siempre poeta.

Cuando al poeta ya no le basta la palabra, introduce la acción y crea el teatro. Cuando al poeta ya no le basta hablar por sí mismo, crea otros personajes vivientes que hablan, razonan y viven y su poema se vuelve teatro. Cuando al poeta le urge llegar de viva voz, de vivo gesto, de viva acción, más allá de la palabra escrita y personal, crea el teatro. El teatro no es un oficio aparte: es poesía. Y que me perdonen los especialistas. Por eso, doy la bienvenida a Margarita Carrera.

Ella, la fina voz de los Poemas Pequeños, la recia voz de Poemas de Sangre y Alba, y la desgarrada voz del Noveno Círculo, ha entrado al teatro. Su primera obra. El Circo, breve pero firme y novedosa, recién sale de la máquina de escribir. Se toma libertades —ser creador es, ante todo, ser libre— que pondrán los pelos de punta de los teatristas especializados, crea imágenes deslumbrantes para el escenario, busca sus propios recursos técnicos. Quiero ver este “circo” en escena. Sé que, por sobre la presurosa lectura del cofrade que fisgonea por sobre el hombro del escritor, la realización de la pieza, en el escenario me deparará muchas sorpresas que no he imaginado, que están agazapadas tras los parlamentos y entre las acotaciones.

Desgarradora, burlona, sangrienta, esta pieza viene cargada de una fuerza primordial; la agudeza selectiva del poeta —escribir un poema es volver a crear el idioma— ha sido exigente en la escogencia de las palabras, en la recreación del idioma; en un clima de vigilia onírica que es la única manera de retratar esta realidad de la que la lógica se fugó hace mucho tiempo.

Sí, El Circo de Margarita es una pieza valiente, actual y fuerte. Bienvenida al escenario. Nos hace falta que los poetas vengan al escenario, como lo ha hecho Margarita: sin temor a la “técnica” y dispuesta a crear la técnica propia. Ojalá, repito, pronto podamos estar en nuestra butaca participando del milagro escénico”. Manuel José Arce.

Espero haber merecido las palabras de este poeta, amigo del alma. Lo hago para dar a conocer su figura como uno de los más excelsos escritores que Guatemala ha tenido.

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